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'Una opinión sobre democristianismo'
Alberto Caturelli, filósofo de la escuela cordobesa y secuaz de Nimio De Anquín, ha concertado con el nombre de Cristocentrismo en un libro compacto y concreto siete largos ensayos aparecidos en la revista SAPIENCIA. Es un libro agustiniano: de filosofía y religión a la vez; y sus temas: 1. El hombre cristiano; 2. Ante la libertad; 3. Ante la muerte; 4. Ante el Estado Totalitario; 5. Ante la educación; 6. Ante la necesidad; 7. Ante la democracia cristiana, cubren más o menos todos los teoremas elementales y capitales de un tratadito quod-libetal sobre la educación social del cristianismo de hoy; y no solamente la “cultura ciudadana”.
Educacionalmente, el autor ha adoptado un lenguaje llano y un poco machacón —en sentido loable— menos profundo que el de su opúsculo anterior 'Desolación del Filosofo Argentino', pero igualmente firme y exacto.
Eximios y de gran riqueza son los capítulos sobre el fatigado concepto de Libertad, deliberadamente confusionado en nuestros días. Caturelli después de distinguir sus acepciones (libre albedrío natural, libertad civil, libertad espiritual ab peccato) muestra que la verdadera libertad de la persona, de la cual toda otra debe escaturir, nace paradojalmente de una esclavitud: de la esclavización a Dios y al orden moral. “Se equivocaría quien de esto dedujera que el cristiano cercena sus fuerzas para lo defensa de toda libertad; nadie como él tiene tantas fuerzas, porque su libertad tiende a desembocar en el amor de Dios, en el cual se han roto los dientes todos los déspotas de la Historia; y nadie como él para defender la libertad de sus prójimos en la comunidad política; porque su religación de amor a Dios es también religación intima y concreta con el otro.,. «Esclavizados a Dios tenéis vuestro fruto en la santidad; y el paradero, en la vida eterna»” . La libertad cristiana —concluye el autor— es al cabo verdadera apo-theosis; es decir, deificación.
Los demás ensayos no le ceden a éstos en claridad dialéctica y sólida erudición. La segunda parte: ¿Es legítima una democracia cristiana como partido político? se afana solamente en inquirir en los documentos de tres Papas (León XIII, San Pío X y Pío XII) la mente del magisterio romano acerca del liberalismo, la democracia moderna y los “partidos políticos católicos” . Las conclusiones de esa exégesis de textos son terminantes contra las plagas de sofismas que hoy revolotean acerca de las ideas y la doctrina de Maritain, la condena del Sillón, las aprobaciones y desaprobaciones pontificias, los partidos católicos y la acción política de los fieles.
Caturelli tiene sobre la actual “democracia cristiana” la misma opinión que De Anquín; a saber, que ella es improcedente, porque compromete en el plano temporal a la religión, que debe ser intemporal; o, como decía gráficamente Unamuno: “esa expresión democracia cristiana me suena a algo así como a ecuación colorada o triángulo episcopal; es decir, dos planos diferentes acollarados: una palabra significa un régimen político opinable y la otra una religión” . O simplemente, la Religión.
No nos metemos con las democracias cristianas de otros países, como las de Holanda o Germania; hablamos de la de aquí. La de aquí no tiene raíces en la Argentina, es imitación; y está plagada de antinomias entre lo que dicen y lo que hacen, lo que hacen y lo que deberían hacer, la “doctrina” y la “táctica” . Catureili la califica con Pío XII de “cristianismo vago” —es decir, mistongo— al mismo tiempo que le pide mil perdones por la franqueza y se proclama su afectísimo y seguro servidor.
Puede ser que nos equivoquemos los filósofos tutti quanti; pero he leído estos días en una importante revista italiana que en la ciudad de Terni pasaban cosas raras, como frases obscenas y montones de basura en la puerta de la Iglesia, paquetes con inmundicias humanas en los altares, inscripciones blasfemas por todas partes.
Se creyó serían cosas de algún enfermo, de un destornillado; pero los autores eran todos estudiantes secundarios, algunos de ellos de las familias más copetudas y “democristianas” de la villa. El episodio más clamoroso sirvió a develar todo el misterio: los estudiantes apedrearon el Crucifijo de la pared de la clase, lo escupieron y lo pisotearon.
En algunas aldeas de Italia los campesinos derriban y queman las cruces que se hallan sobre las colinas.
El país está bajo pleno régimen democristiano, lleno de imágenes y novenas. El diario liberal y laico 'Corriere della Sera' auncia el 25 de diciembre la erección de una “estatua de María” sobre el monte Motta di Madésimo, con los mismos confianzudos apelativos que antes estaban reservados a los boletines parroquiales y a las autobiografías de monjas santas. Hay enseñanza religiosa en las escuelas. Muchos devotos, con sotana o sin ella, ocupan cargos de gobierno y hacen política... etcétera.
El cronista Michele Lungara concluye con este párrafo: "Somos un batel que tiene en el trinquete una vieja bandera rojoblancoverde y en el palo mayor una amarilla y blanca. Pero hay un cadáver en la estiba. Hay que rastrearlo y echarlo al mar lo más pronto. De no, su gangrena acabará por apretarnos a todos. De no, su hinchazón se hará tan grande que revienta el navío y nos vamos a pique «tutti quanti». Y las banderas no nos van a salvar” (1).
El cadáver sería la política mezclada con la religión o la política aprovechando la religión; o sea lo que llamó Papini “el socialismo cristiano” .
Leonardo Castellani
Dinámica Social, Nº 89, Buenos Aires, marzo de 1959.
-(1) Crónica Italiana, 4 de enero de 1958.
Transcrito de 'Nueva crítica literaria'
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