Leonardo Castellani: Super-Estado (7 septiembre 1944)

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SUPER - ESTADO 

Todos recordarán el proyecto de Federación Europea que Briand lanzó allá por 1930, calcándola sobre la Sociedad de las Naciones. Si no la recuerdan ustedes, yo la recuerdo perfectamente, pues estaba entonces estudiando en Europa, y leía las revistas humorísticas europeas, que fueron en definitiva, según creo, las que torpedearon el proyecto. Briand, como buen masón, era serio y solemne. 

Pero, aunque masón, era inteligente, y limitaba sus aspiraciones a Europa. Un presidente vecino ha hablado días pasados de “superar todas las nacionalidades” en pro del mantenimiento de la paz, el establecimiento de la justicia y la prosperidad de la democracia. 
El ideal de Briand ha desbordado, Por cierto que no es de Briand, sino de muchos otros europeos mayores que Briand, y (se puede decir) de todos los grandes europeos, y aun de todos los europeos a secas, encarnado esporádicamente en mentes excelsas de todas clases, Carlomagno, Dante, Catalina de Siena, Bonifacio VIII, los Gibelinos, Carlos V, Napoleón, Tapparelli D'Azeglio, Vitoria. 
Es simplemente la sombra del Imperio Romano, que Europa es impotente a olvidar, con el sueño del Reino de Cristo, que Europa necesita para vivir, la que han escamoteado y adulterado y están parasitando estos vivillos masones y delirantes protestantes. Sólo que cuando Europa Sueña en la Federación, sueña en una cosa que es natural y que ya ha existido; cuando el yanqui, por boca de Amézaga, nos predica el Superestado, fragua una cosa que es antinatural y que nunca ha existido. Ni habrá de existir, según esperamos. 

Es sin embargo hoy día una idea en marcha, un signo de los tiempos. En su libro Saggio di Diritto Internazionale, el gran jurista jesuíta Tapparelli D'Azeglio la propuso con el nombre de Etnarquía, añadiendo que, aunque su corazón la deseaba, su previsión la veía muy lejana. En realidad, ahora, después de las dos terribles guerras mundiales, se ha acercado mucho; y todo parece indicar que no se va a detener y que tarde o temprano será realizada, con Cristo o contra Cristo. Es uno de los ideales del mundo moderno, formulado científicamente por el teólogo Francisco de Vitoria por vez primera. Para nosotros, los sudamericanos, este ideal se formula positivamente en un dilema: Hispanidad o Panamericanismo; Etnarquia Hispánica o Superestado Yanqui. Si la Argentina, que nunca ha sido del todo soberana, no se convierte en un factor primo y cuerpo catalítico de una unificación fraternal bajo el signo de España, “todos padeceremos sueltos la misma esclavitud”, como dijo días pasados el eximio Rector de la Universidad de Méjico. 

Al final de una conferencia sobre fray Francisco de Vitoria, dada por Menéndez Reygada, O.P., en la Universidad de Salamanca y publicada por “Ciencia Tomista”, de febrero de 1944, dice el eminente teólogo dominico: “Terminada la conferencia, varios ilustres profesores, que me hacían el honor de escucharme, me preguntaban con interés si creía posible se llegase a una confederación de naciones hispánicas, y cuál sería el medio más eficaz para ello. A mi pobre entender, no hay duda alguna de que es posible, no como realidad inmediata, pero sí en un período de tiempo más o menos largo, según la voluntad e inteligencia que en ello se ponga. El medio más adecuado para la empresa seria: 1º Crear desde luego el Consejo Supremo de Hispanidad, con representación de todas las naciones hispánicas que quisieran tomar parte en él. Este Consejo tendría por ahora la misión de estudiar los problemas referentes a las relaciones entre naciones hispánicas en orden al fomento de la unión, haciendo proposiciones a los Gobiernos y aun mostrando las directivas generales en política exterior. 2º Procurar celebrar tratados de acercamiento en diversas materias, con el mayor número posible de naciones hispánicas, como el celebrado con Portugal, que pudieran llegar a ser verdaderas alianzas. Esto iría disponiendo el camino para llegar después a la unificación total. Entonces, el Consejo Supremo cambiaría de función y pasaría a ser Órgano de dirección general. La Argentina nos parece el mejor centro de operaciones para empezar, la cual vendría a ser como la célula que atrajese a las demás. Ya se sabe que el gran enemigo es el dólar. A cuya tiranía están sometidas la mayoría. Pero ¿por qué no hemos de creer en la fuerza del espíritu para romper las cadenas, aunque sean de oro?” 
Hasta aquí el buen fraylico Ignacio Menéndez-Reygada. ¡Que Dios lo oigal 

Frente a este ideal, natural y tradicional, se yergue hoy con insolencia el ideal yanqui-capitalista-protestante del panamericanismo. El sacerdote democrático Luis Sturzo, no vaciló en proponerlo como antidoto contra el fascismo en su libro L'Italie et le Fascisme. Dice en el último capítulo, que el mundo debe ser regido por los anglosajones de este modo: Sud América por los Estados Unidos y el resto del mundo por Inglaterra. No explica cómo va a hacer Inglaterra para regir a Rusia y al Japón, que si pudiera, ya los hubiera regido antes, sin esperar que el cura se lo dijese. No se preocupa por la personalidad nacional de estas chiquitas naciones del Sur, que da por nula. No se pregunta qué será del catolicismo. No se aflige del supercapitalismo. En suma, imagina una especie de inmenso Imperio persa o cartaginés, dividido en satrapías y hablando un slang inglés ¡como condición del adviento de Cristo! El despecho del político vencido habla en él: cree que la fuerza lo es todo en el mundo. Es un resentido. 

Una exposición literaria sumamente lúcida de este ideal anglosajón, se encuentra en el novelista inglés H.G. Wells, quien, desde 1900 acá ha escrito no menos de ¡20 libros! sobre el tema, diferentes y aun contradictorios en sus profecías, pero idénticos en el espíritu. Entre nosotros, la revista “Sur” ha publicado uno de esos libros, el más pesimista, llamado Destino del Homo Sapiens

El mejor de ellos es una novela llamada The Shape of the Tings to Come (La forma del futuro), que poco ha fue traducida entre el montón de libros perniciosos e inútiles que se difunden entre nosotros, y de la cual además Hollywood ha sacado una cinta. El último de ellos que conozco, titulado The New World Order (1940), propone en abstracto ese detallado programa del Superestado democrático y socialista, con unas salidas tan delirantes que hacen temer seriamente si no estará el popular autor de El Hombre en la Luna, rematadamente lunático. 

Pero los locos dicen las verdades. No se puede concebir un programa más radical de descristianización del orbe, que el contemplado en esos dos libros, que son sumamente claros. La extirpación total de la Iglesia Católica por medio de la violencia más extrema, la imposición de una educación estadual compulsiva de tipo socialista, la abolición de la propiedad privada, la erección de un gobierno único en todo el mundo, constituyen las bases de un Paraiso Terrenal que supera los esplendores de los viejos profetas hebreos: imagínense que la ciencia suprimirá todas las enfermedades, la vida será una continua diversión, entrecortada por hermosos viajes, el amor perderá todos sus riesgos, aumentando todos sus encantos, y hasta llegarán los hombres a crear, por medio de injertos, nuevos animales y plantas mejores que los actuales. Wells se profesa socialista y maldice el comunismo, pero en realidad es el vocero más lúcido que existe hoy día del espíritu mesiánico, milenarista y extremoso del comunismo. 

El rigor y la crueldad de las modernas guerras totales, hacen gemir al mundo por un substituto de la antigua Cristiandad, especie de federación natural y religiosa de la Europa Medieval, rota definitivamente por la llamada Reforma. Mal que bien, aquello era un freno efectivo al flagelo de la guerra, que si bien nunca ha faltado, entonces era un fenómeno humano que ahora se está tornando desastre demoniaco. Pero esta nueva cristiandad, que se nos quiere imponer en nombre de la diosa protestante Democracia, tiene todas las apariencias de una Contra-Cristiandad, es decir, se parece a su madre, la seudo-Reforma. A los hispánicos que nunca hemos aguantado bien ni siquiera el Estado, nos vienen con un Superestado que asegún va pintando, parece una enorme maquinaria judaicoprotestante para sacar plata. 

Los transportes han achicado el mundo. Pero no es lo mismo arrimar los cuerpos que acercar los corazones. Una reagrupación de las naciones se prenuncia. Pero para que sea sana, lo natural es que cristalice primero en federaciones parciales de naciones afines, a la manera de los antiguos imperios o anfictonías, Una alianza hispanoamericana, cuya base y cemento sea España resulta, pues, hoy, aspiración necesaria. 
Veremos si nuestro país pastoril y pastoral, hasta ahora carente de una doctrina diplomática sensata y de un ideal nacional definido, se levanta a la altura de los eventos del mundo. 

(Leonardo Castellani, 7 de septiembre de 1944). 

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