Leonardo Castellani: Sobre Nietzsche: las dos morales (Jauja, enero 1968)

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SOBRE NIETZSCHE 
Las dos morales 

Se lee bastante a Nietzsche en el país; no siempre con provecho. Nietzsche es un gran talento y un sofista agudo; y no es compañía segura para todos; en realidad para ninguno que no este mitridatizado. Está en librerías en Buenos Aires, la segunda edición de OBRAS COMPLETAS, de Aguilar, Madrid, reducidos a 5 tomos los 13 de la 1ª edición. También la editriz porteña "Mediodía" ha publicada varias obras de Nietzsche; y creemos continuará. 

No vendrán mal creemos estas reflexiones sobre la Moral de Nietzsche: ella es el centro de toda su obra; y si algo fue Nietzsche, fue un gran moralista. 

El núcleo de su moral es la distinción y oposición entre la moral de los señores y la moral de los siervos. 

El error fundamental de Nietzsche no está en creer que existen dos clases de hombres, superiores e inferiores; y por lo tanto dos morales y hasta dos religiones. Tampoco es error poner que el hombre superior debe dirigir al inferior; ni menos que éste no sirve para dirigir y constituye una calamidad cuando por algún azar o decadencia es plantado en cualquier comando. Estas son verdades antiguas, que Nietzsche tiene el mérito de recordar, explicitar y vociferar con la mayor violencia. 

El error fundamental de Nietzsche está en no ver que la moral y religión de la "raza inferior" no es mala en sí; supuesto que es necesaria para la raza inferior. ¿No fue Pontífice Máximo y cumplió rigurosamente como tal su admirado Julio César, que no creía en los dioses y reía interiormente de los augurios y sortilegios? 

La moral de los "secundarios" es mala cuando domina y sustituye a la otra —de la cual debe ser emanación y dependencia— cuando reemplaza a la "moral personal" y a la religión abierta" (Bergson) como es caso frecuente en nuestros días. Es mala entonces, naturalmente: se trata de un simple caso de subversión; palabra que en latín significa estar patas arriba. ¡Buenas son las patas cuando andan abajo! 

La moral de los inferiores es mala "per accidens"; no "per se" Es pésima cuando está fuera de su lugar, como un gobernante que tenga la moral de un mercachifle o un obispo la religión de una beata. 

Que hay dos clases de hombres, la humanidad lo tenía olvidado de puro sabido, cuando la Revolución Francesa le hizo el cuento de la "Igualdad" con mayúscula, pretendiendo ponerla en minúscula; es decir tomando una noción cristiana y teológica y trasplantándola al plano político, donde deja de ser verdad y se convierte en mito; carcasa vacía apta para ser llenada con el explosivo del "resentimiento". "Todos los hombre nacen y permanecen libres e iguales..." No Ni uno ni otro, chamigo. 

Polites y metecos, patricios y plebeyos, brahamanes y parias, letrados y pueblos, nobles y villanos, hidalgos y pecheros... la humanidad practicó instintivamente (no simpre con equidad y equilibrio) esa división entre el hombre capaz de asumir responsabilidades y el incapaz de dirigir a otros, y aún quizás a si mismo. Desde luego, los primeros son los menos: tal es la condición humana. 

La razón deste clivaje es que hay hombres que llegan en su vida a hacer predominar las facultades humanas superiores, a veces simplemente por el hogar en que nacen; y otros, nó; y estos en gran cantidad hoy día, "las masas". Hay vidas informadas mas o menos perfectamente por la inteligencia y la voluntad, en forma habitual y hay multitudes que permanecen en el nivel de la memoria y el sentimiento, cuando no simplemente en el plano psíquico de la sensación y el instinto. 

Esta división por supuesto no es cortable a cuchillo, y puede haber varios grados entre los dos focos extremos; pero existen los focos extremos, que configuran con certeza las dos "razas" de Nietzsche por aproximación. La diferencia entre una mentalidad noble y una mentalidad plebeya es tan notoria que casi parecen contrarias; por lo cual Nietzsche erróneamente las creyó contrarias. 

Tampoco se quiere decir que no hay desequilibrios en la raza superior (y Nietzsche mismo es un ejemplo obvio, y equilibrios hermosos en la inferior. Un artista bohemio y abúlico, perteneciendo a la raza superior por su inteligencia "creadora", está desventajado en la práctica y aún por debajo en la vida, respecto de un plebeyo morigerado a causa de las  fallas de su voluntad; pensemos en el desdichado James Joyce, por ejemplo. Tal fue justamente el caso de Nietzsche, cuyo ardiente resentimiento era atizado de continuo por la conciencia de ser un genio intelectual, rebajado al último escalón del poderío y del dominio. Su idolatría de la "voluntad de poder (Will zur Machi) derivaba de su total y (en parte) injusta carencia de poder. El se gloriaba de descender de un príncipe polaco; y allí estaba, despreciado profesor de griego pensionado mezquinamente por el gobierno alemán —al cual odiaba. 

Como todos los opuestos existen siempre en función el uno del otro, el aristócrata no puede existir sin el plebeyo:

   "pues no hubiera un capitán 
   si no hubiera un labrador..." 

ya que la razón formal de la aristocracia consiste en su oposición al plebeyismo; del cual al fin y al cabo procede, por selección. De modo que la "moral del siervo", hablando en caso normal, procede de la "moral del señor" como una especie de bosquejo rústico de una pintura, si no como un licor de graduación inferior; que es el caso ideal ("analogado inferior); pero también la moral del señor supone la otra como su base y su humus. 

Dícese que noble es el que percibe los valores morales y plebeyo el que no los percibe; más aún (según Nietzsche) el que percibe al revés y falsamente los valores. En realidad, noble es el que tiene el sentimiento claro de todos los valores, y plebeyo el que percibe sólo algunos o bien todos de manera informe; los superiores le llegan por reflejo, por la imitación y la enseñanza dogmática de los hombres superiores. 

Los grandes Obispos que inventaron la liturgia católica eran hombres que tenían una idea alta y teológicamente refinada de la Infable Deidad, incomunicable a la plebe. Eran teólogos o filósofos o místicos o poetas; y por lo mismo que la poseían, les fue dado encarnarla mal que mal en los envoltorios sensibles de gestos, actitudes, oraciones, fiestas y ceremonias; a través de lo cual ella llega como puede a todos. Muchos de estos ritos están hoy día mudos, ya no hablan; y nadie hay que invente otros que hablen. Y lo que es peor, algunas veces esos ritos mienten (no por culpa de ellos, los pobres) y esa era la vista que sublevaba el espíritu de Nietzsche hasta el paroxismo. La religión en que lo crearon mentía. (La actual "reforma" de la liturgia tan decantada no ha sido creadora, ha sido a lo más vulgarizada; cuando no chabacanadora. Respecto de los ritos antiguos está más bajo. Se ha abaratado lo que había; no se ha inventado nada. Pero de esto, en otro lugar). 

El gran solitario de Sily-Engadina es un espíritu horrorizado ante el encumbramiento de la "raza inferior" en Europa, "la rebelión de las masas"; es un hecho, un hecho nefasto por cierto, una decadencia; más aún, una "aberración", como la llamó Santo Tomás. Nietzsche la sintió venir en si mismo y la predijo con pormenores asombrosamente proféticos para el siglo que venía, para el nuestro: este será el siglo de "la mujer empleada"; de la mujer que vota y aun gobierna, del "nihilismo europeo" (o sea comunismo) de las enormes convulsiones sociales, del alzamiento de las razas de color, de las grandes guerras no ya dinásticas sino ideológicas o religiosas (y que serán contra Alemania, observó Nietzsche) de la caída de Inglaterra y el encumbramiento de Rusia, la decadencia de la verdadera cultura, la muerte o perversión de la filosofía y las bellas artes; la destrucción de la Jerarquía (incluso en la Iglesia Católica) la inestabilidad general: en una palabra del "socialismo", como decía él; y el furor de Nietzsche ante esta marejada creciente lo ofuscó a confundir sus causas y determinarlas de manera simplista y aún simplona; a saber: el socialismo viene de la democracia (¿de qué democracia?), la democracia viene del cristianismo (¿de qué cristianismo?) y el cristianismo viene de la astuta rebeldía de los débiles contra los fuertes, de todos los enfermos, abyectos y tarados del mundo y todo viene en definitiva del resentimiento" o "encono"; el hombre sin valores codicia los valores que no alcanza ,después los desprecia, después los odia y termina por invertirlos; convertirlos en no-valores, para poner en su lugar una serie de falsos valores: de virtudes ruines ,de honradez apocada o de normas mutilantes, por ejemplo. Es la vieja fábula de la Zorra y las Uvas, 

   "No las quiero comer: 
   no están maduras". 

En su furia, Nietzsche no pára mientes en barrera alguna: sindica de "pre-cristianos" abominables a Sócrates, Platón y Aristóteles haciendo tabla rasa de toda la filosofía griega ¡excepto los Sofistas! Gorgias y Protágoras son para él los únicos hombres, por poco que de ellos sepamos; porque algún títere había que dejar con cabeza. Pues es una cosa seria entonces esta raza de los "decadentes" (decimos nosotros) que triunfa siempre; y si la historia del mundo ha sido un continuo descenso desde Sócrates a David Strauss, asombra considerar qué alta debe haber estado la prehistoria, o sea el punto del descenso. Disparate. Si la actual civilización europea es el último peldaño de más de 2.000 años de continua decadencia, solo interrumpida por los fracasados ascensos de Julio César y César Borgia (y quizás la Francia de Luis XIV), entonces ¿cuál puede haber sido la cumbre de donde bajó este ventisquero? Pués Gorgia y Protágoras, precursores de Nietzsche ¡Qué prodigio! 

La incontinencia imperturbable de Nietzsche en el manejo de la historia (que en su última obra inconclusa "La voluntad de poder" se vuelve demencia) destruye toda seriedad en las "demostraciones" de Nietzsche; o mejor dicho, las vuelve en contrario. Nietzsche se ahorca en su propio lazo. Si la "raza inferior" ha tenido una potencia de triunfo tamaña, entonces según Nietzsche mismo, y su criterio de "la fuerza" valor supremo, hay que llamarla "raza superior"; y son sus propias "tablas de valores", las de Nietzsche, las que están equivocadas. Nietzsche confiesa rotundamente y aún exageradamente que los pobres, los mansos y los pacíficos han triunfado: los petizos morenuchos del Mediterráneo, no las violentas "bestias rubias" del Norte; mas entonces Cristo profetizó bien; ¡Ellos han poseído la tierra! Mas si Cristo profetizó tan perspicuamente ¿quién fue Cristo? 

Esta "retortio argumenii" no quita su valor a las penetrantes constataciones "existenciales" del filósofo poeta. Es verdad que nuestro tiempo tiene en gran parte los valores subvertidos; y es verdad que al menos los gérmenes desa subversión han existido siempre en el seno de nuestra civilización en estado de mayor o menor desarrollo: esa es la eterna polaridad de la Historia, simbolizada en la lucha mítica de Ornuz y Ahrimán; o si se quiere, de la materia y la forma; o la cizaña y el trigo. Hay una dialéctica de la degeneración en el curso dramático y sinuoso de la cultura humana. "El que sea santo, que se santifique más; y el perverso que se pervierta más, hasta que llegue el fin" —dice el profeta Daniel. Pero Nietzsche no conoce el fin del drama de la historia; por lo cual cuando predice no sin perspicacia el advenimiento del "superhombre" del légamo de la confusión, adornándolo de cualidades titánicas, no sabe que en realidad está profetizando el "Teitán": el Anticristo. 

Tampoco yerra Nietzsche cuando ve que la moral inferior fuera de su lugar o sea decapitada, deja de ser moral y se transforma en un cadáver galvanizado. Sin el principio estructurante de lo superior, la religión del plebeyo es superstición, la democracia es demagogia y el "estilo plebeyo" es simplemente falta de estilo. Cuando la religión de mística desciende a política, se vuelve pésima política y fariseísmo; cuando el ideal caballeresco es sustituido por el ideal burgués se vuelve mercantilismo y rapacidad, culto del oro y todo menos ideal; cuando la pasión del bien público e incluso de la gloria civil, es sustituida por la pasión del mando, surge la tiranía; finalmente, cuando el saber abandona el esoterismo y se "vulgariza", decaen y se corrompen las artes y las ciencias; y se produce la mortífera hipertrofia de la técnica, que en definitiva, como un cáncer, tiende a devorarlo todo, incluso a sí misma. 

Pero eso no es porque se practique la moral inferior y la otra no; es porque no se practica ninguna. No es porqué el Capitán adopte el "ethos" del Labrador; es porque surge un falso capitán. 

Porque en realidad viéndolo bien, no es el plebeyo el contrario del noble; el contrario del noble es el falso noble. No fueron los plebeyos los que causalmente hicieron la Revolución Francesa: fueron los nobles corrompidos y los curas corrompidos, como Talleyrand y Felipe Igualdad; aprovechándose como herramienta del resentimiento (justificado o no) del populacho
de París. 

El noble y el plebeyo son los dos términos de una "función"; cuando se invierten los términos es porque los dos han aflojado, empezando por arriba; que si el Capitán no ultrajase a la hija del Labrador, no se arrogaría el Labrador el derecho de dar garrote al Capitán. 

Adrede hemos aludido al drama de Calderón, porque el teatro español refleja maravillosamente la lucha sin rupturas y el tenso equilibrio de las dos morales: la aristocracia regia delimitada por el honor feudal; los abusos de los señores refrenados por la resistencia villanesca; y todo asentado sobre el reconocimiento común de una misma Ley, religiosa ante todo, y vigente en los místicos: en los "Santos" cuyas "vidas" teatralizadas alternan en la escena del Siglo de Oro con las tragedias del honor y las comedias de capa y espada; dualidad funcional fijada en símbolo perenne con la "parábola" de don Quijote y Sancho, uno en busca de su Insula y el otro en recuesta de Dulcinea; los dos inseparables en la prosecución de ideales ilusorios pero subordinados. 

   "Nietzsche no ha odiado propiamente 
   al Cristianismo sino al fariseísmo" 

Esta Tésis (Thibon) puesta así no es exacta y es capciosa. Nietzsche aborreció al cristianismo simplemente porque lo que nosotros llamamos "fariseísmo" era para él lo esencial de la religión, y puede que no anduviera errado respecto a la religión que él vio a través de sus malos lentes, desde luego. 

Nietzsche abomina del Nuevo Testamento, de Lutero, de la jerarquía eclesiástica, del conventualismo, de los votos y los devotos, de la mansedumbre y la benignidad, de la limosna, de lo que vulgarmente se llama "virtud", de la "democracia cristiana", de los Santos y de la Cruz. Y aunque manda respetar a los sacerdotes y admira el celibato eclesiástico como institución, los tiene por "enemigos" y en algún lugar los maldice; "el cura ascético es el ser más bajo, el más embustero y el más indecente". Acumula con saña las más crueles acusaciones contra el cristianismo y sus efectos en el mundo. 

Pero delante de la figura de Cristo se detiene desconcertado. No puede despreciarlo y no se atreve a juzgarlo; aventura dos o tres hipótesis; y al final concluye que: "de El no sabemos nada". 

Pero... Zarathurtra predica, por lo menos como ideal, cantidad de cosas que se identifican o se parecen demasiado a la moral de la santidad católica (a San Juan de la Cruz) reducida a una pureza cruel y casi inhumana: como la aceptación gozosa del propio Destino, por duro que aparezca: Amor Fati; la purificación a través del dolor, el dominio propio, la virtud perfecta gozosa y donante, la grandeza de alma y la generosidad imperturbable, la lucha y el riesgo como tenor de vida, la sumisión absoluta a la verdad, la profunda desconfianza de si mismo, la develación implacable del fariseísmo y la "moralina"; y ¡oh asombro! la obediencia. 

¡Nietzsche es un espíritu envenenado de cristianismo corrompido! ¡Que no se haya encontrado con Don Bosco, que estaba en Turín con él! 

El cristianismo en él consiste en dos sueños confusos que luchan entre sí; el horror al fariseísmo, a la hipocresía y a todo lo falso, ficticio y rutinario en religión; y la atracción inapagable hacia una santidad inaccesible. La moral de Cristo resoñada en forma de pesadilla. 

En el fondo aspiraba con toda su alma a lo sobrenatural; pero quería el imposible de que lo sobrenatural fuese natural; no tuvo paciencia para aceptar la naturaleza caída como ella es; ni siquiera como punto de partida. 

"Ateo con alma sacerdotal", como lo han llamado, la combinación explosiva que tenía que volverlo loco (sífilis o no sífilis) si no se eliminaba uno de los dos extremos. El no quiso eliminar ninguno; y se convirtió en un trágico campo de experimentos teológicos. 

Compararlo con el judio danés Brandes, con el cual se carteaba; y con el pastor danés Kierkegaard (Kirkegord) que es casi su contemporáneo es instructivo: Kirkegord elimina el ateísmo en sí; Brandes elimina la religiosidad: los dos consiguen una especie de equilibrio mocho. 

Ante la figura de Dostoiewsky (el Cristianismo tal como ellos podían percibirlo) las reacciones son típicas: Nietzsche queda deslumhrado y desconcertado; Brandes lo aborrece y desprecia fríamente: lo elimina como valor, incluso literario. 

¿Cómo no habría de pasmarse Nietzsche delante de las páginas del "Suicidio de Kiriloff"? Era su propio drama, llevado a la lucidez extrema propia del genio artístico. 

La figura de lo sobrenatural cortado de lo natural; de la religión abstracta y desencarnada, reducida a fórmulas o vanas observancias, falta de flexibilidad y de grandeza, y en el fondo, opresora de la vida, trabajaba al descendiente de una ringla de pastores calvinistas como un verdadero espectro. 

Así que la pregunta de si Nietzsche aborreció verdaderamente al cristianismo verdadero, es compleja y no se puede responder por simple SI o NO. 

Queda algo cierto; y es que no ha habido nadie después de Cristo que odiara tanto al fariseísmo; esa podre específica de lo religioso y el pecado peor que existe "el pecado contra el Espíritu Santo". Nietzsche lo abominó en él mismo y en sus consecuencias, en todos sus grados, manifestaciones y disfraces, hasta los últimos matices; y lo persiguió con saña hasta sus más remotos rastros. El fariseísmo calvinista lo había arruinado a él. Fue su pesadilla. 

Se puede decir lo odió demasiado; porque el odio lo obcecó; efecto propio del odio. Se cegó de tal modo persiguiéndolo que cayó en él y se ensartó en la lanza del enemigo. ¡Acabó por convertir el fariseísmo en el fondo mismo de la naturaleza humana; y a postular una nueva creación del hombre, el "Superhombre", para librarse de él! 

   "Puede uno tener tal horror a la 
   suciedad que la misma manía de limpiarse 
   lo lleve a ensuciarse". 
Tu dixisti, Zarathustra.

La vida de N. fue una tragedia: una tragedia religiosa —como lo son casi todas las tragedias. 

Nietzsche conoce al Dios sufriente, el Dios Hijo; y se rebela contra El, con toda la fuerza con que el humano se revela contra el sufrimiento puro, sin esperanza; y contra la muerte sin resurrección, que es la idea irreligiosa por excelencia. 

Se olvida de Dios Padre, el Engendrador; y el Dios Espíritu, el Amor; digamos el Dios Madre; pero ¿no será eso porque el cristianismo se había olvidado antes? 

En sus últimos días, resbalando ya por horas a la demencia, presa de enormes dolores, N. comienza a firmar sus cartas: "El Crucificado"; y también "Crisio-Dionysos" y "El Anticristo". ¿Qué quiere decir? ¿Qué danza fantástica hacen esas tres imágenes en su cabeza, ya sin atadero? 

Son las imágenes de la Cruz: del rechazo de la Cruz, a causa del rechazo de la Resurrección. 

El Cristianismo actual se ha olvidado del dogma de la Resurrección cósmica, de la Parusía; y algunos, incluso sacerdotes pseudo- doctores, lo rechazan. No se puede hoy escribir sobre la Parusía sin ser sospechado de "Milenista" y los sospechados de "milenismo" no obtendrán de la llamada "Jerarquía" miradas muy tiernas que digamos. Macanas, eso sí se puede escribir impunemente sobre eso y sobre cualquier cosa. 

El espíritu magnánimo de N. no se contentaba con la resurrección personal sin la resurrección cósmica; y en eso era simplemente un espíritu religioso. De ahí quizás sus fantasías extravagantes, que hielan la sangre, acerca el "Eterno Retorno". 

"Ahora yo muero, desaparezco; en un instante no seré más. 
Las almas son tan moríales como los cuerpos. 
Pero un día retornará la red de causas donde estoy incluido y ella me creará de nuevo. 
Yo mismo formo parte de las causas del Eterno Retorno. 
Yo retornaré con este sol, esta tierra, con esía águila y esta serpiente —no ya para una vida nueva, una vida "mejor".
Yo retornaré eternamente para esta vida misma; idéntica en lo grande y en lo chico. 
A fin de enseñar de nuevo el Eterno Reíorno de todas las cosas. 
A fin de proclamar de nuevo la palabra del Mediodía de la tierra y los hombres. 
A fin de enseñar de nuevo a los humanos la venida del Sobrehumano. 
He dicho mi palabra y mi palabra me quiebra: así lo quiere mi destino eterno —desaparezco pero como heraldo. 
Ha venido la hora en que quien desaparece se bendice a sí mismo. Así termina el ocaso de Zarathustra... 

El olvido de la Parusía (motor potente de todas las religiones que han sido) esteriliza y confunde la religión Contemporánea. La esperanza queda trunca. El hombre mira necesariamente hacia adelante; y ahora adelante no hay nada para la Humanidad sino horrores, los cuales quieren zenzamos con la idea abstracta y descolorida de un "Cielo personal; para la mayoría inimaginable. 

La imaginación es el soporte de la esperanza, así como es la sede del terror. Se ha quitado a la esperanza del hombre su puntal; y he aquí que ella busca desordenadamente puntales falsos de todas clases. 

La herejía de Telar Chardón por ejemplo ofrece un puntal a la esperanza en la Tierra, en la Evolución, en el Progreso Indefinido vuelto rápido con los "progresos modernos"; en la "Divinidad del Mundo" y la "Divinidad del Hombre" ya presto realizable. Es el Superhombre de N. realizado en función religiosa heterodoxa. "Si por un imposible yo dejara de creer en Dios y en Cristo, todavía creería en el Mundo (Teil. de Chard.: "Coment je crois"). 
(Ya has dejado de creer en Dios, Telar). 
 
Bernard Shaw apoya su esperanza en una milagrosa inmutación biológica del hombre, vuelto longevo y matusalénico, gracias a la ciencia moderna y al simple deseo ardiente de vivir (!) Aldous Huxley la apuntala en una especie de internación budista en sí mismo, con eliminación de todos los deseos y una contemplación negativa de un inventado "Dios Impersonal". Wells la apuntala en la renovación total de la faz de la tierra, vuelta el Nuevo Edén por el triunfo
del socialismo; y así sucesivamente, después de Renán, los seudoprofetas de hoy. 

Se han olvidado de la Atlántida, diría Merejkowski. En realidad, han eliminado la Parusía, a la cual tienen miedo. Han suprimido la esperanza de la segunda venida de Cristo, al cual tienen por un impostor o un amable iluso en último caso. 

  "En los últimos tiempos habrá hombres sin piedad, seductores, 
  que andarán según sus concupiscencias. 
  Y dirán: ¿Dónde está su Retorno y la promesa de su nueva Venida? 
  He aquí que todas las cosas permanecen lo mismo. 
  Desdé el principio y desde que murieron los viejos. 
  Ignoran esos seductores que de repente, como los dolores de parto, Sobrevendrá el fin. 
  Pues ignoran que Cristo estuvo en el principio de todas las cosas, el Verbo, creándolas
  Y así estará al fin dellas 
  Restaurándolas... 
dijo el Primer Pontífice en su Primera Encíclica. 

Summa Summarum — Hemos hecho reflexión sobre un solo punto de Nietzsche; y esa, un poco liviana. Pero para quien es mi padre, bastante buena es mi madre. 

En suma, N. es un moralista decepcionado que se subleva contra y emprende la demolición de la moral ¿Cuála? La que existía entonces. ¿Para qué? En beneficio de otra mejor por venir quizás. 

Las dos raíces de su "amoralismo" furibundo son: una moral descabezada o sea, segregada de su principio, privada de su base ontológica, una; y dos, una experiencia personal del fariseísmo, la peor falsificación que existe. 

Kant con su "Imperativo Categórico" y demás invenciones, había hecho de la moral una PRODUCCION DEL HOMBRE. Pero entonces el hombre produce esas odiosas falsificaciones que veo (dice N.), esas máscaras, esos antifaces. Eso es lo que produce siempre PER SE el hombre; PER ACCIDENS, el "cura ascético" produce algunos bienes secundarios (ver "Genealogía de la Moral") y la moral común algunos tipos más o menos admirables, como Pascal o el Abate Raneé... Pero PER SE la moral (existente) es un gran trampantojo usado por los enfermos para dominar a los sanos. 

Eso por una parte: la moral subjetivista naufraga en la condición humana. La moral IDEAL no existe, yo conozco sólo los mores existentes. La moral ideal no puede existir. 

Por otro lado, el ambiente alemán y una fila de antecesores pastores calvinistas habían atosigado de repulsión y horror el alma de uno de los más "delicados" moralistas natos. Las virtudes negativas y sobre todo las virtudes AMAÑADAS lo horripilaban. La religión y la moral convertidas en muletas de dominio para uso de los mediocres y de los apocados representan efectivamente una aberración enorme —hoy día demasiado real. 

De esas dos raíces, el fariseísmo existente y la moral kantiana teórica, arranca el sistema de N.; o mejor dicho, pues sistema no hay, la reacción rapsódica e inarticulada del inventor del Superhombre y de la Moral de los Fuertes; —la verdadera Moral, la vera Virtud, palabra que significa Vigor en latín, Virilidad en griego, y en alemán, Alegría y Efusión: "Tugend". 

Reducido a eso, N. podría ser adoptado por los cristianos como un gran Reformador o Limpiador; pero por desgracia ese es el N. de Thibon, que aunque más real que el de Faguet y el de Halevy, con todo es el de Thibón. El Nietzsche real es tan rico y contradictorio que se puede sacar de él tres Nietzschecitos y al lado del poeta y el gran moralista, existe el precursor del Anticristo: un orgulloso titánico (y tetánico) que oprimido por la montaña que tiene encima (nada menos que la época actual contemplada en la asinidad alemana) se revuelve furiosamente contra todo y quisiera destruir el mundo para hacerlo nuevo. 

"Pereat mundus ut fiat Superhomo".

L. C. C. P. 

Leonardo Castellani (Jauja, enero-marzo 1968) 

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