Leonardo Castellani: ¿Se muere el alma? (Jauja, mayo 1967)

 LA NUEVA DIDAJE

¿Se muere el alma?

Me escribió un señor preguntando "cómo sabemos seguro que el alma es inmortal". Lo remití al Evangelio de San Marcos (XVI, 1) que se ha leído y comentado en todas las iglesias del país (y del mundo) en los últimos días de Marzo, en la Pascua Frutal (no Florida en el país). 

FELICES PASCUAS: es el saludo cristiano en todas las naciones cristianas. Feliz Pascua de Navidad, feliz Pascua de Resurrección: el principio y el fin de la obra de la Redención. Nuestra redención es la base de nuestra felicidad; y aun los contentos, alegrías y gozos cotidianos los debemos en el fondo al Redentor. 

El Domingo anterior por una indisposición no pude decir mi homilía; de modo que salté la pasión de Cristo; desde la Multiplicación de los Panes a la Resurrección. Quizá mejor así; quizá es mejor nos hablen de resurrecciones, porque pasiones tenemos bastantes y hasta demasiadas los argentinos. Cristo puede resucitar a los hombres y también a las naciones. Es decir, la Escritura no dice "resucitar" sino "sanar" : "Dios hizo sanables a las naciones". Resucitar, no conozco ninguna nación que haya resucitado; sanado, sí. Tratemos de no morir para poder ser sanados. 

La Pascua Frutal nos promete la inmortalidad del alma; más aún, la resurrección del cuerpo. La resurrección de nuestro cuerpo es un artículo de fe, lo mismo que la resurrección de Cristo: "y al tercero día resucitó DE entre los muertos" (no "entre los muertos", como oigo recitar a veces) y "creo en la resurrección de la carne". 

¿Cómo es que son estos dos "artículos de fe", si se pueden probar con la razón?... supuesto que Santo Tomás enseña, y muy justamente, que no se puede afirmar una cosa a la vez por la razón y la fe ; o sea, que no se puede SABER y CREER una misma proposición. ¿Por qué? Porque la Razón sabe a poder de argumentos y por la propia luz; y la Fe cree por la autoridad de Dios, sin más argumento que saber Dios lo ha revelado. "La fe es el fundamento de las cosas que esperamos y el argumento de las que no aparecen", dice San Pablo. De modo que no hemos de seguir al filósofo Francisco Suárez, que rompió la tradición tomista enseñando se puede a la vez saber y creer una misma cosa. "Sillogizó invidiosi veri", diría el Alighieri. 

La inmortalidad del alma se puede probar por la razón, aunque sea difícil prueba; como la probaron Platón y Santo Tomás; por más que lo nieguen algunos filósofos cristianos, como Duns Scoto y el (si no me equivoco) supradicho Suárez. La resurrección de Cristo es el hecho que goza del mayor peso de testimonio histórico (ya otra vez lo he dicho) de toda la historia. ¿Cómo pues son artículos de fe?

Ciñéndonos ahora a "la Resurrección de la Carne", sucede que no es lo mismo que la inmortalidad: es mucho más. La inmortalidad se puede probar; la revitalización de toda carne, no. No sólo no puede probarla la Razón, mas retrocede asustada ante ella (véase Draper) pues le es incomprensible, inconcebible. Si nos hemos vuelto un montón de polvo y aún quizá asumido por otro cuerpo vivo, ¿cómo va a surgir de nuevo nuestro cuerpo tal cual, entero y verdadero, vivito y coleando? El cuerpo de Cristo, vaya y pase; pero ¿y el cuerpo de Adán y el de Job? Y Job dice:

Creo que mi redentor vive
Y resucitaré en el último día
Y de nuevo me revestirá mi piel
Y en la carne mía veré al Dios mío
Al cual lo veré yo mismo
Y estos mis ojos lo verán y no otro.

(Sé que el texto hebreo difiere de la versión Vulgata; pero expresa lo mismo, quizá con mayor energía).

Todas las religiones han afirmado la inmortalidad; incluso las más rudimentarias y degeneradas conservan (por lo general) el "culto de los muertos", que es al fin creencia en la supervivencia del alma. Pero la resurrección de la carne, sólo el Cristianismo; porque lo reveló Jesucristo. 

Leí esta semana el libro "Conflict between Religión and Science" de John W. Draper, que tanta conmoción produjo en España a principios de siglo — y tantas refutaciones. No valía la pena. De ciencia sabe poco, y de religión menos: la odia y la cubre de groseros infundios. Está bien escrito; por lo menos mejor que el su pariente de Payne "The Age of Reason"; pero este es el acabóse. — En el Cap. V: "The nature of the Soul" trata de la inmortalidad del alma. La mitad del largo capítulo es fisiología elemental y trata de equiparar el alma humana al alma animal, lo cual concluiría su aniquilamiento a la muerte; mas el otro medio capítulo consiste en una historia elemental del averroísmo, o "doctrina de la absorción", como lo llama; doctrina que sostiene el alma supervive pero ya no personal sino impersonalmente; se reabsorbe como una centella en el fuego cósmico o Alma Universal; perdiendo su Yo con todas sus características; lo cual en puridad no es sino negar la supervivencia, pues ¿qué puede ser esa inmortalidad mía si no existe el "mía", es decir, el Yo? Muy poético eso de la gota en el océano; pero en el fondo es burlería. Draper dice esta teoría no es de Averroes solamente, sino de Aristóteles y sus discípulos, de Escoto Erígena, y generalmente de todos los grandes filósofos y las grandes religiones: lo cual es falso. Verdad es que ha sido renovada, en otra forma, por el panteísta Hegel en nuestros días.

Dejemos allá a los que "engañan con filosofías y vanas falacias", que dice San Pedro y alegrémonos de nuestra resurrección futura, cuya prenda y garantía es la resurrección de Cristo; alegrémonos de nuestras "felices Pascuas" futuras. Vaya que no comprendamos cómo será hecho eso, dónde van a caber todos los resurgidos, qué haremos durante toda una eternidad; porque esos son misterios como los de la creación del mundo de la nada; pues San Pablo lo llama "nueva creación", y lo es. El que creó de la nada todo este inmenso universo tiene saber y poder de sobra para resolver estos inmensos problemas, que asustan. Las Santas Mujeres que fueron al Sepulcro se asustaron, como hemos leído, tanto que no dijeron nada a los Apóstoles —los cuales tampoco estaban dispuestos a creerles— contra lo que les encargó el ángel; pero los Apóstoles, después de la sorpresa de las primeras apariciones, están rebosantes de gozo, llenos de alegría, olvidados de todas las pasadas pesadumbres. "Señor, tú sabes que yo te amo", dice confiado San Pedro. 

Todo lo que podamos sufrir o renegar en este inundo, se disipará entonces como humo, como un sueño: "la vida es sueño", no de balde lo han dicho los poetas. Si algo de aquello quedare, quedará para pábulo de gozo; porque así como "nessun maggior dolore / Che ricordarsi del tempo felice / Nella miseria "... así no habrá felicidad mayor que recordar la miseria cuando uno se ha librado della para siempre. 

Leonardo Castellani

No hay comentarios:

Publicar un comentario