Leonardo Castellani: Navidad (Jauja, enero 1967)

Navidad 

Hoy dije en "el Tránsito" una homilía un poco malhumorada; mas en este manso convento femenino, y después de dicha una misa, puedo hablar más bienhumorado; más en tono con la fiesta de hoy. 

La Iglesia lee en estos días todo el Cap. II de San Lucas y parte del 3º; o sea, el Nacimiento, la Circuncisión y la Presentación al Templo del Niño Dios. 

El sermón de Navidad está hecho ya por la pintura, la poesía, la liturgia... e incluso por los villancicos y los pesebres familiares y populares. Incluso por las dos Radios oficiales, que después de estar trasmitiendo tilinguerías y esnobismos todo el año, trasmiten ahora cantos y glosas de Navidad —con mezcla de tilinguería, no lo negaremos— porque el pueblo argentino sigue siendo medio católico o al menos retiene aún en sus costumbres una gran celebración
católica, lo cual es algo. Tres colectivos tomé hoy, y ningún colectivero me quiso cobrar nada. Mejor sería  conservase también una cerebración católica. Pero eso puede venir; la semilla está. 

La maravilla de Navidad no es que Dios se haya hecho niño —aunque eso nos enternece— sino que se haya hecho hombre: ese es el misterio. Tal como aparece aquí es un niño, no puede hacer daño a nadie, es débil y amable: "apareció la benignidad y la humanidad de Dios" —dice San Pablo. Y "tanto amó Dios al mundo que le dio su Hijo Unigénito; no para que juzgue sino para que salve al mundo" —dice San Juan. "Dios podía redimir a los hombres de varías maneras; pero en ninguna tanto como en ésta podía mostrar su amor a los hombres" —dice Santo Tomás. 

Un antiguo poeta griego dijo que estar enamorado y tener seso, eso no puede ser, a no ser en Dios. Pero aquí parecería que Dios también cae en la volteada, pues nos amó con locura, según San Pablo: "propter nimiam charitatem qua dilexit nos"; o sea por la caridad loca con que nos amó. Ese es el misterio.

Cuando nace, ya es un hombre santo: se verifican en Él todas las Bienaventuranzas que más tarde había Él de enseñar como paradigma de la santidad; incluso la bienaventuranza de la persecución, a cargo del Rey Herodes: es manso y sumiso a todos, no sólo al Emperador de Roma mas a los posaderos de Belén: es pobre repobre; llora, es puro de corazón, y es pacificador, como cantaron los Angeles sobre el pesebre. Todo lo que va a seguir hasta la cruz se deriva de esto, y del estado del mundo cuando nació; el mundo caído, Israel decaído. Sí un sabio de Atenas o Roma
hubiese estado allí como los Pastores, hubiese dicho al reciennacido: "Linda nación has ido a escoger para nacer: esta Nación es una historia viva de la decadencia. Hay algunos individuos buenos; pero la nación como nación es una ignominia". El reciennacido hubiese contestado: "Lo que me interesa son los individuos, por estos dos que están arrodillados a mí lado, yo hubiese nacido; y por el mismo Rey Herodes solo, moriría en la Cruz". Eso parece un poco de locura. El pueblo no se engaña con sus pesebres, crucifijos, y Viacrucis: en esas imágenes está expresado un amor incomprensible.

Los antiguos no comprendían el amor de Dios; nosotros tampoco, por supuesto; pero nosotros sabemos que existe. Los judíos comprendían el temor de Dios; los griegos y romanos comprendían sólo el agradecimiento y el temor, a los dioses de sus mitologías, los cuales se amancebaban con varones y mujeres mortales, no por amor sino por liviandad. Y los filósofos paganos no creían en los dioses de la mitología, y no creían tampoco posible el amor de Dios a los hombres; por lo menos Aristóteles: Dios está demasiado alto; el amor pide igualdad. Tenían un refrán que decía: "El amor pide iguales" Amor pares invenit; al cual San Agustín agrega dos palabras, volviéndolo cristiano "aut facit": El amor busca iguales ¡o los hace! Así Dios comenzó por igualarse a los hombres, haciéndose hombre "factum ex muliere, factum sub lege" (Gal. IV, 4) "nacido de mujer, nacido bajo Ley"; y después trató de igualarnos con Él, levantándonos al amor divino por medio de la Gracia, hasta llevarnos a la unión perfecta con la Deidad; pues "seremos como Él cuando lo veamos como Él es" —dice el Evangelista del Amor. Pero desde el instante del Bautismo comienza en el hombre ese proceso de asimilación a Dios; cuya continuación está en nuestras manos, y también por ende puede fracasar; y esto último es tremendo, como lo primero es inmenso; porque ese amor es inmenso, perderlo para siempre es tremendo. El infierno no es más que un amor perdido, imposible, rechazado. Por eso dice un villancico español:

Si dése temblar de Dios
Yo también la causa fui,
Mi Dios ¡qué será de mí
Cuando tiemble yo y no Vos!

En fin, hoy no hay que acordarse del juicio o del Infierno, aunque Herodes, que es el infierno, anda cerca. "Gloria a Dios en lo más alto y paz en la tierra a los hombres de fe" — que ése es el cántico de los Angeles: "tees eudokías" no propiamente "de buena voluntad", como traduce la Vulgata, sino "de buena doctrina", de fe; "paz a los BIENENSEÑADOS" es la palabra. 

Para el amor se precisan dos. El Hijo de Dios se preparó un amor para cuando naciera, el amor más común, más barato y más seguro, una madre — una familia. También un padre postizo; al cual Dios el Padre, que lo eligió su representante, le dio corazón de padre.  El amor de Dios es difícil, hay que empezarlo por lo más fácil; y el temor de Dios todavía más; pero el amor de Dios es como subir al Aconcagua pasando antes por el faldeo. Y así hizo Cristo nuestro modelo, acogiendo en sí todos los amores humanos — contra lo que dice de Él el "negro gordo", o sea nuestro poeta Pedro B. Palacios "Almafuerte".

Corazón cuyo amor intangible
Sin ningún otro amor se dilata...
Cual se estrellan y esfuerzan flexibles
Sin lograr abatir la muralla,
Ya tenaces, ya febles, ya locos
Bramando y silbando los vientos que pasan, 

La invasora legión de cariños
Que a la vida real nos amarra
No logró reducirlo siquiera
Ni al sacro materno dogal de la patria.
Ni arrancó la mujer a sus labios
Nada más que un feliz epigrama
Y a sus pies en la cruz retorcióse
Con celos de crimen, su Madre olvidada...

Esto es poesía de "negro gordo", que compara al amor con un ventarrón con una legión y con un dogal ("mixed metaphores" llama el inglés) y a la Madre de Dios no sé con qué. Almafuerte no era negro, era blanco y flacón, pero como diría Ramón Dolí "hay negros de todos colores". (Una vez Ramón Doll estaba hablando de un individuo, y lo nombraba cada momento: "el gallego ese", hasta que uno le dijo: "¡Qué gallego! Si ese no nació en Galicia, sino
en Barracas..." Y Doll retrucó: "¿Y qué tiene que ver? Hay gallegos de todas las nacionalidades").

Contra lo que cree el negro blanco, Cristo acogió en su corazón todos los amores. ¿Y el amor carnal? Saltó ese amor, porque no lo necesitaba para llegar a la caridad, pero se guardó muy bien de condenarlo o denigrarlo; como hicieron y hacen después de Él muchos  filósofos-heréticos. El amor carnal existe ¡y cómo! y se convierte o bien en caridad o bien en calamidad: ese es su destino. Por suerte casi siempre o la mayoría de las veces se convierte en caridad, o sea en amistad conyugal; que dice Aristóteles es la más firme de todas las amistades. (La "mayoría de veces", creo yo; no sé muy bien como anda el mundo). 

Cristo no podía atarse a la Amistad Conyugal, a una mujer, un hogar, unos hijos; porque tenía algo difícil que hacer y poco tiempo para hacerlo: pero algunas mujeres o alguna mujer tuvo hacia Él no sólo amistad filial, sino también conyugal —no carnal. Y Él con una mujer se portó como un caballero andante —como Don Quijote (si no es irreverencia) con Dulcinea. 

Así que "tanto amó Dios al mundo" —con una caridad de chiflado— "que le dio su Hijo Unigénito para que salvara al mundo" —con el amor, rectificado y santificado. 

(De "Domingueras Prédicas" libro en preparación).

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