Leonardo Castellani: Moral de mercaderes (Cabildo, 26 agosto 1944)

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MORAL DE MERCADERES 

Ya que José Luis Torres ha prestado a la Nación el servicio de publicar a su costa y riesgo un folleto —que ha de ser histórico— acerca de los mercaderes de la moral, es justo que yo me arriesgue a escribir algo acerca de la moral de los mercaderes. Cada uno su oficio. Y no está de más un poco de teología moral en este país que por haber abandonado tiempo ha su teología, está padeciendo la más peligrosa crisis en su moral. 

Los buenos mercaderes tienen su moral, así como tienen la suya los buenos guerreros y los buenos sacerdotes: o mejor dicho cada uno de estos tres tienen su propio ethos o ética; porque la moral es una sola, pero sus aplicaciones son múltiples; a causa de aquel verso que dice: 

    Que todo se recibe 
    conforme al recipiente. 

Pero la moral del mercader no debe estar por encima de las otras, por ser esencialmente subordinada; al contrario debe ser regida por ellas, so pena de perversión. Y el gran mal del mundo moderno es que está dominado por la moral del mercader; y por desgracia, ni siquiera del mercader bueno sino del malo, es decir, del usurero. Shylock ha conseguido cortar su libra de carne, Antonio agoniza. El Dux ya no hace justicia. ¿Existe el Dux? En la Argentina, lo dudo mucho. 
El mercader pregunta clamorosamente: 

1º ¿Qué puede haber de criticable en que el desenvolvimiento de la grande industria se realice por medio de organizaciones de sociedades anónimas? 

2º ¿Es acaso ilícito o ilegal un conjunto económico o una concentración de capitales? 

3º ¿No se debe venerar, honrar y privilegiar a personas sin las cuales quedarían sin trabajo 15.000 obreros? 

Y acto seguido apela a los tribunales. Que digan los tribunales quién tiene razón. Que los abogados hojeen las leyes. Que vean los libros de Economía Política, donde se enseña cuán provechoso es para un país el aumento de capitales, porque eso hace crecer enormemente en un país el Destino, el Progreso y la Eficiencia. 

Oyendo días pasados los discursos del banquete de la Bolsa de Comercio, y las frecuentes y reverentes invocaciones al Destino (¡nuémbrese a Diosl) al Progreso y a la Eficiencia yo me preguntaba qué pasaría en aquella solemne tenida si de repente aparece la sombra de Bossuet gritando: “En el fondo de toda gran fortuna hay un crimen”, o la sombra de San Juan Crisóstomo diciendo tranquilamente: “No es posible ser gran comerciante sin ser mentiroso”. 
Evidentemente, los antiguos Padres no se distinguían por su amor al comercio sobre todo al comercio de dinero, en lo cual consiste la usura. Hoy día probablemente las dos sombras hubiesen parado en Villa Devoto, sección Orden Social, comunista; si es que no las deportan (lo que es mucho peor) a Montevideo. Por suerte las dos sombras se quedaron quietitas en sus tumbas, y el banquete transcurrió con la paz que requiere el actual orden social, desde la bendición de la mesa hasta la acción de gracias, que fue dada en el nombre del Destino, el Progreso y la Eficiencia. Amén. 

Yo no soy quien representa aquellas sombras vehementes. Yo he sido comerciante: yo he vendido por $ 0,15 lo que me costara $ 0,10, en los ya lejanos ¡ay! días de mi adolescencia. Es verdad que no hice nunca ni conjuntos económicos ni holdings de sociedades anónimas (¡Cristo! ¡no tendría que matarme ahora escribiendo artículos!) y es verdad también que cada vez que me equivocaba en el vuelto, era en contra mía. Los años han pasado: y yo que vendía con mediano éxito libros ajenos, éste es el día que no puedo vender los propios. Así que no podría hablar tan mal como Bossuet de la moral del comerciante grande, tanto por empacho de cómplice como por sospecha de colega envidioso. 
En todas partes donde puedo defiendo a los Bemberg, aunque confieso que evito meterme con Don José Luis, el Caballero de la Ardiente Espada. Los Bemberg personalmente son excelentes muchachos, han hecho limosnas considerables; y según me informó un su compa de colegio, la única maldición que tienen es poseer enormemente demasiado dinero. Pero la doctrina que defienden públicamente es falsa. 
Defienden el capitalismo internacional, el cual está execrado por las Encíclicas modernas de los Papas, como la mayor calamidad moderna; y por Scalabrini Ortiz, como la raíz de todos los males colectivos de la Argentina. Y hablando de todo un poco, dentro de la sim- plicidad de mi mente, ya que hemos de desear el bien de todos ¿no sería una caridad espiritual ayudarlos legalmente a aliviar el peso de esa maldición del dinero excesivo? 
¡Ay de vosotros los ricos! dijo Cristo. De modo que José Ignacio Olmedo podía contestar a la Carta Abierta sin gastar mucho en “La Nación”, con tres palabras: “Lo que ustedes dicen puede ser verdad. Pero yo quería salvarles a ustedes el alma”. 

Pero lo que dicen no es verdad. ¿Qué puede haber de reprobable en armar un trust o un holding? Solamente esto: que eso es armar el más terrífico instrumento de explotar a un pueblo y de encadenar a un gobierno que se ha conocido en la historia. 
¿Es acaso ilegal o ilícito alzar una concentración de capitales? No es ilegal en nuestro país, donde el liberalismo hizo leyes para proteger el dinero y embromar a la persona; pero es criminal delante de Dios, en el sentido de Bossuet, porque el fin de esa concentración es eliminar la competencia; y, por ende, establecer una tiranía inquebrantable sobre los bienes de los pequeños. 
¿No es venerable, honorable y privilegiable aquel que da trabajo a 15.000 obreros. El trabajo lo dan los obreros, lo que presta usted es el instrumento; y si lo presta usurariamente, no es venerable; es abominable. Y en eso consiste, justamente, como lo ha explicado Meinvielle tantas veces, la malicia profunda y escondida del moderno percapitalismo. Este posee el instrumento sin el cual hoy día no se puede trabajar; y va y lo presta con esta condición, de que el instrumento siempre gane y gane más que el trabajo, y gane en el fondo todo lo que sobra después de sustentado a duras penas el trabajo; o por lo menos, que la determinación de la ganancia del instrumento no pueda depender nunca del trabajo. 

En suma, la economía capitalista es en el fondo un modo de sutil extorsión. Contra ella acaba de promulgar en Milán el viejo Mussolini una ley de Socialización de la industria, que será la ley de un vencido, pero en sí misma es un triunfo: el triunfo teórico contra el actual chantaje llamado capital. El capital usurario es un chantaje. Es como si yo le presto a David Paredes una pluma fuente que me sobra, con la condición de ir yo a cobrar su sueldo y darle a él después lo que me venga engana. 

Los tribunales actuales argentinos absolverán a Bemberg and Co., como han absuelto a Culacciati, a la Cade y a la “Primitiva”, como absolverían quizá al Petiso Orejudo, si el Petiso Orejudo tuviera mil quinientos millones de pesos. 
Eso ya se sabe. ¿De dónde van a sacar los jueces nuestros el heroismo necesario para plantársele al temible Fortune Lord Rudolphe de Oro? Ni merecemos tampoco tener jueces mejores. Pero para que eso cambiara en el futuro, salieron a los tiros un día los militares de sus cuarteles, prometiendo la recuperación económica del país. Lo peor es que antes los argentinos éramos explotados de afuera, pero no lo sabíamos; y así vivíamos tranquilos en nuestra ignorada miseria. Pero ahora nos han informado, nos han probado que nos explotan, nos han hecho miserables conscientes. Si ahora salen diciendo que no es posible remediar eso, porque está en la naturaleza de las cosas, nos harán desesperar de la patria, o por lo menos del Estado. ¡Y guay del Estado que se atreva a prostituir la Patria! 

“La Nación” publicó la Carta Abierta en cuestión al lado de un anuncio del film Cabalgata Alegre donde está, con perdón de ustedes, una muchacha yanqui levantándose las polleras. Hay dos docenas de personas en el país, a quienes la Carta Abierta les parece un gesto impúdico peor que el del anuncio que está al lado. No tanto de parte del mercader, ingenuamente deletreando, con mala sintaxis y mala lógica, su mala moral. Más bien de parte del gran diario que sigue llamándose tranquilamente tribuna de doctrina. Porque la prensa grande que no sirve a la verdad sino al dinero, no es más que una prostituida; y si hay justicia de Dios, no podrá tener otro fin que el de todas las prostituídas. 

(Leonardo Castellani, 26 de agosto de 1944). 

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