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LOS GRANDES LITERATOS PERCIBEN EL FENÓMENO DE LO DEMONÍACO
Un amigo me ha hecho leer el libro de Borges ¡Ficciones'. ¡Esos amigos! Por causa de otro de ellos leí hace dos años el libro 'Nuevas Inquisiciones', sobre el cual escribí una nota aquí mismo [1]. De Borges he leído además una parte del libro 'Carriego', una parte de la 'Historia Universal de la Infamia', y una parte del libro 'Discusión'. Leí completo el libro 'Poemas', en el cual encontré mucho patatrás y tres poemas, a saber: Fundación mitológica de Buenos Aires, La noche cíclica y Poema conjetural.
El libro 'Ficciones' se abre y se cierra con una blasfemia, la misma. En la primera ficción Borges dice: “Mi obra no pactará con el impostor Jesucristo". Pone esta frase en boca de una de sus personificaciones, un tal Buckley; siguiendo un infalible instinto, Borges siempre se personifica en escritores extranjeros. La última ficción es una apología bastante arrevesada de Judas, cuyo fondo es éste: Judas sería el que redimió el mundo, no Jesucristo. El resto del libro se compone mitad y mitad de unos divertimentos filosóficos —seudofilosóficos— y siete cuentos también seudofilosóficos. Borges es un escritor ingenioso, verbalista y “pseudificador” ; o como dicen los ingleses sofisticado. Hace ya más de 20 años, Ramón Doll en su 'Policía Intelectual' lo conoció, clasificó y aun profetizó a Borges con una penetración extraordinaria.
El análisis de cualquiera de los divertimentos filosóficos de Borges, estos de aquí, o los de 'Discusión' o los de Inquisiciones, revela la extrema penuria filosófica de la cabeza de Borges —incluso la penuria de sentido común—.
Tomemos el más corto de ellos: La Biblioteca de Babel... —Dios quiera que hoy día no se pueda invertir ese título en La Babel de la Biblioteca—.
Borges sofistica allí con el concepto de infinito que confunde con indefinido o acategoremático, para hablar la jerga del oficio. Es ésta una distinción elemental, que está en todos los manuales desde hace veinticinco siglos: infinito categoremático y acate goremático.
Es una contradicción in términis que lo infinito indefinido —como la serie de los números— sea realizado. Borges lo pone como “realizado” —como un sin-fin que tiene fin— y naturalmente... de un absurdo se puede sacar cualquier cosa. Ex absurdo séquitur quódlibet. De un absurdo se pueden deducir las cosas más sorprendentes. Borges cuando escribe siempre quiere sacar de su boite-á-surprises alguna cosa sorprendente. Pero aquí el truco es demasiado barato.
Y así Borges deduce de esta confusión pueril —que quizá le inspiró García Martínez, Gar-Mar: de hecho está en su libro 'Sugerencias' en forma mucho más ingeniosa y clara— la sugerencia de un “Universo Incomprensible” creado por el azar... y una especie de parábola desesperada e impía.
Su sofisma sombrío consiste en ignorar la finalidad patente en la naturaleza, y afanarse en taparla con imágenes de vértigo o argucias rudimentarias. Pero el fin determina todas las cosas: el Universo no es indeterminado.
Cualquier estudiante de filosofía sabe —y me atrevo a decir, cualquier paisano del campo— que la realización de todos los posibles a la vez es imposible; pues muchas cosas son posibles separadamente tomadas, pero cuya totalidad se excluye; como sucede claramente en la Biblioteca Indeterminada que quiere imaginar Borges.
Yo puedo estar de pie y puedo estar sentado; pero no a la vez. Así al nacer Borges, era posible sacar de él un filósofo o sacar de él un buen poeta; y actualmente las dos cosas son imposibles. Ejemplo más claro no puede haber.
Si las matemáticas pueden darme la fórmula de todas las combinaciones posibles de 27 signos, esa fórmula es un mero símbolo: de su realización en la existencia, las matemáticas no pueden decirme absolutamente nada. Las matemáticas conocen esencias —cuantitativas— pero de la existencia nada pueden saber. La existencia pertenece a otras disciplinas... En suma, esta ficción de Borges no es ni siquiera diletantismo filosófico: es disparate filosófico, con un poco de literatura rococó.
En la última ficción, Tres versiones de Judas, Borges ha mezclado sus dos géneros en una especie de cuentodivertimento o divertimento-cuento; y ha encerrado en él su problema religioso personal, el cual no es muy complicado. “Borges es un escritor inglés que se va a blasfemar a los suburbios” , me dijo un cura irlandés. No solamente a blasfemar, sino a documentarse; a documentarse literaria y filosóficamente. A los suburbios de la literatura, a los suburbios de la filosofía, a los suburbios de la bibliografía... La ciudad de los libros, no la conoce; conoce los suburbios de ella un poco.
Esta versión de Judas de que hablamos es una blasfemia de supremo calibre, muy elaborada, calculada, casi disimulada: no proferida en un impulso de cólera o despecho, como la blasfemia ordinaria, sino montada lenta y artificiosamente; no es una puñalada como si dijéramos, es una envenenación; el crimen de las mujeres y el crimen del odio, no el de la ira. Es una blasfemia judaica, no una blasfemia cristiana; como esta otra, también atribuida a Borges: “Tengo devoción a la Virgen María... porque no es virgen”.
El fondo es pueril: decir que Judas fue el verdadero Cristo y “Cristo un impostor” —en p. 32— es lo mismo que decir que Satán es Dios —que en el fondo no es decir nada, sino invertir una cosa dicha; como el que dijera que el ser no es—. Tiene la simplicidad de lo absoluto y la facilidad de lo invertido, como la misa negra. Lo complicado es la elaboración y la expresión de esa blasfemia fútil por Borges. Veámosla un poco.
La pone en boca de un filósofo noruego imaginario —¡cuándo no!— llamado Nils Runenberg, que la habría expuesto en dos libros “teológicos” llamados Cristo o Judas y El Gran Falsario. Este “heresiarca” —no es tal cosa— habría sido primero “rechazado” y después “despreciado” por los “teólogos ortodoxos”... Simplemente ignorado por ellos, de haber existido. Los “teólogos ortodoxos” no tienen tanto tiempo para perder; esa “herejía” ni desprecio siquiera les hubiera inspirado, ni en Noruega, ni aquí, ni en ninguna parte.
Mas lo que quiere Borges es construir una burla sutil de la teología —señora que nunca le ha sido presentada— a la manera de las que hizo Samuel Butler, el Pintor, no el Teólogo. La intención es insinuar que con el razonamiento teológico —otro ilustre desconocido de Borges— se podría probarlo todo. Samuel Butler parodia el razonar teológico; y como es poeta, puede imitarlo en forma especiosa, y desconcertar a los semicultos. El poeta puede imitarlo todo, menos la firma de los cheques; y por tanto también, si quiere, falsificarlo todo. Recordemos la soberbia imitación del pensamiento filosófico que hizo Lugones en su 'El Imperio Jesuítico'. También, por más ejemplos, el poeta Rega Molina hizo una imitación de poesía dramática en un libro enteramente tonto llamado 'La Posada del León'; y así siguiendo. En este país, donde abundan los semicultos, eso puede dar ciertos resultados: Rega Molina sacó un premio municipal de “teatro”... con una obra que ni siquiera es teatro malo: es teatro cero.
El “razonamiento teológico” que presenta Borges-Runenberg para abonar su sorpresiva tesis —la “sorpresa” es el procedimiento literario de Borges— no tiene de razonamiento casi ni la apariencia. Es teología pintada y ni aun eso. Yo también, pintor de la escuela abstracta, puedo pintar una gallina por medio de un triángulo isósceles, y una serie de puntitos en el vértice. Pero no puedo sacar de ella caldo de gallina. Ni siquiera puedo convencer a mis amigos queridos de que eso se parece a una gallina.
¿Es intencionado en Borges este juego, o es natural? Quiero decir ¿hace Borges aquí de sofista o de sofisticado? El sofista es el que engaña a los demás, pero no se engaña a sí mismo; el sofisticado, el que engaña a los demás y a sí mismo. Si Borges es sincero en este “entretenimiento” arrevesado y quiere expresar en él su propio pensar, es un sofisticado; puesto que no hay allí pensamiento alguno, sólo palabrería. Si hace conscientemente parodia, puede tomarse como una burla —bien ineficaz a nuestro juicio— de la teología chambona en general; y de la protestante en particular. Pero naturalmente, el tema de esta burla no es tolerable a ningún hombre honrado, creyente o no creyente, aunque se quiera decir que es “pura literatura”.
Los literatos “modernos” se han dado mucho ajetreo con la figura de Judas —o Barrabás, o Pilatos—. Algunos se han dado la tarea demoníaca de “justificarlo” , con el pretexto de “entenderlo”. Suprimiendo la clara y ruda notación de “ladrón” y “traidor” del Evangelio —sin el cual ellos no sabrían que existió Judas— se han dado a inventarle “motivaciones” románticas enteramente absurdas; por ejemplo, la tan socorrida de que fue un creyente fanático en el Mesías que quiso forzarlo a hacer un milagro y precipitar así el advenimiento de su triunfo, poniéndolo en un aprieto crucial... y mortífero. Qué buenito el hombre: merece un premio como causa de la “Resurrección”. Si la figura de Judas se vuelve “más noble” o no con eso, no lo sé; lo que sé es que la interpretación “benévola” se da de coces con la Historia, y no pasa de irreverente fantaseo... y manoseo.
Estos quieren contradecir el Evangelio; y para eso, van y piden los elementos al Evangelio: es como llevar a San Lucas a un café para emborracharlo a ver si se contradice. Es el disparate fundamental de lo que se llamó el siglo pasado racionalismo bíblico. Estos quieren refutar “científicamente” la Resurrección, tomando los datos “científicos” de los testigos de la Resurrección. Pero si los testigos de la Resurrección fueron falsarios, entonces no hay para qué refutar la Resurrección. En buena lógica, Borges no debería decir que Jesucristo “fue un impostor”; debía decir que “no existió” ; o “que no podemos saber si existió, o no”; pero eso no tendría “sorpresa” alguna. Si él sabe por el Evangelio que “existió”, que se atenga al Evangelio. Si no sabe nada, que se calle.
Estos fantaseos “benévolos” con Judas denuncian también una tendencia de la molicie y cobardía moral de nuestra época, que recula ante las cosas supremas, ante la bondad suprema y la maldad suprema: preferimos en moral el gris o el rosado sucio al negro y blanco; señal simple de falta de sentido moral. Así hoy día un hombre mentiroso no es un hombre mentiroso: es un hombre “político”. Si se puede convertir al Traidor por antonomasia en un hombre ordinario, y aun en un héroe desconocido, quedamos más cómodos. “No, ustedes exageran en lo que pasó entre mi pueblo y Jesucristo —me decía un judío de buena voluntad—; lo ponen todo en negro y blanco: la realidad es más nuancée”.
Hoy día todos estamos nuancés, menos los “nazis”. Esos no. Esos son abominables.
Así hoy día el criminal se transforma en un enfermo, el perverso en un resentido, el demoníaco en un histérico, o un epiléptico. Elegantemente se ha tratado de salvar al diablo; de maquillarlo al menos. No es tan negro el diablo como lo pintan, vamos. Seamos humanos con el diablo. El comunismo no es tan malo como dicen: yo conozco un comunista que es un excelente esposo... o, mejor dicho, “compañero” .
En realidad, el diablo es más negro de cómo lo pintan éstos, que en este asunto son ciegos. No sólo son malos filósofos sino malos literatos, porque no perciben ni siquiera esa realidad psicológica capital que percibió Aristóteles y ha percibido el género humano, clave de la psicología y de la historia del hombre, que Edgar Poe llamó the imp of perversity. Los grandes literatos del siglo pasado, y de éste, percibieron claramente el fenómeno de la perversidad, de lo demoníaco: desde Blake hasta Dostoiewski y desde Baudelaire hasta Kirkegor.
Así que Judas anda suelto en la Argentina. Judas, que es el patrono de los ministros de Hacienda, pues sacó dinero de donde a nadie se le hubiera ocurrido, no soñó sin embargo con “gobernar” , pobre corazón. Y ahora en la Argentina parece que está por obtener o ha obtenido puestos de gobierno. Que los obtenga. Con gobierno o sin gobierno, Judas termina ahorcándose.
Y no lo 'decimos por mal deseo, sino por benévolo aviso. No seré yo ciertamente quien ahorque a Judas.
Judas se ahorca solo.
[1] Esta nota es el capítulo anterior (N. del E.).
(Leonardo Castellani, Dinamica Social, Nº67, abril de 1956)
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