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'Literatura de pesadilla'
Ha aparecido en nuestros tiempos un género literario nuevo; que no previo Brunetiére en sus famosas conferencias sobre los géneros (1) y que se podría llamar literatura de pesadilla; y creo que así la llaman en la Facultad de Letras.
Leyendo últimamente —para desherrumbrar mi alemán— algunas novelas de grandes escritores actuales, tropecé con tres especímenes juntos, que me hicieron recordar otros muchos (unos 30 ejemplos), y noté los rasgos característicos comunes, desconocidos antes, a saber: son libros contra la esperanza, no tienen sentido, y carecen de resolución, para usar un tecnicismo musical.
La materia del relato no las define, y es diversísima; historia de brujas o diablos (ghost-stories) ; descripciones de tiranías; morbosos relatos de suplicios físicos o morales; cuentos teológicos sin teología, ni siquiera mala; parábolas horrendas para representar la perdición...
Pongamos sendos ejemplos: El Violín de Cremona, de Hoffmann; The Turn of the Screw, de Henry James; “1984”, de George Orwell; El Jardín de los Suplicios, de Mirbeau; El Padre Vassili, de Leónidas Andreiev; las obras de Kafka, por lo menos El Proceso y La Metamorfosis. Estas novelas han sido traducidas y copiosamente difundidas entre nosotros, a pesar de no tener ningún antecesor, ni raíz, ni punto de apoyo siquiera, en nuestra realidad, o en nuestra tradición. Pero ¿quién irá a pedir responsabilidad literaria o moral a nuestros grandes ed itores... extranjeros? La Hora Veinticinco... Ulysses... La Piel... Los Caminos de la Libertad... El Camino del Tabaco... con una intensa propaganda, dan dividendos.
Notados los caracteres del género, me puse a buscar su origen; y no lo encontré más allá del siglo XVIII europeo. En la literatura griega ni una sola línea, como tampoco en la literatura hebrea. En la latina se suelen citar como ejemplos de la desesperación pagana el CARMEN V de Catulo; el fragmento del canto V del NATURA RERUM donde Lucrecio pinta el desamparo del hombre ante la naturaleza; y el epigrama de Séneca el Mayor: “Omnia tempus edax..." Pero estos tres poemas, sombríos cuanto se quiera, no tienen nada absolutamente que ver con la literatura de pesadilla. Que Catulo interrumpa a los tres versos una canción erótica (“Vivamos, Lesbia mía, y amemos...” ), con un grito de espanto ante la muerte (“Soles occidere et redire possunt — Nobis cum semel occidit brevis lux — Nox est perpetua una dormiunda...”); que Lucrecio reproche a la madre natura el que a los animales haya providenciado dejando desamparado al hombre; y que Séneca conmemore el fin del mundo, está perfectamente dentro de la lógica, de la psicología y de la sanidad mental. Este último tema pertenece incluso a la escatología hebrea y cristiana; y el soberbio dístico estoico con que Séneca cierra su breve gemido (“Toda la muerte reclama: ley es, no pena, el morir. Este mundo en un tiempo será nada”) podrían suscribirlo tanto Esdras como San Agustín.
La primera manifestación que hallo de la literatura de pesaidilla, es el magnífico y poco conocido WATHEK de lord Beckford (1760-1844), extraordinaria novela oriental, escrita en 1781, a los 22 años, en francés, y de un sólo tirón en tres días con sus noches; después de lo cual el autor, que vivió 84 años, no produjo nada más, si no es un trivial libro de viajes y una obra satírica Memories of Straordinary Painters. El crítico John W. Cousin estima que esta obra, empapada en el más extraordinario horror —pues quiere ser una parábola estrafalaria de la condenación del alma, buscada y aceptada— “se levanta por momentos a la sublimidad” . El autor no produjo ninguna otra obra poética, ni sublime ni insublime, ni semejante ni diferente. Si hay en el mundo una creación que pueda llamarse “inspirada”, es ésta. ¿Inspirada por quién o por qué cosa? Ecco il problema (2).
Al mismo tiempo que el Wathek , aparecieron en Francia las obscenísimas, truculentas y hoy insoportables obras del marqués —en realidad vizconde— de Sade.
Ha sido llamado este noble francés “ el Himalaya de la pornografía”; pero no es propiamente la pornografía, ineficaz por demasía, lo que pone fuera de la literatura normal a la Justina, Julieta, a la Filosofía del Boudoir; y la cumbre de todas, Cien Días de Sodoma, sino su carácter de pesadilla con amontonamiento tal de atrocidades que dejan atrás toda posible verosimilitud humana: parecen escritas en una sentina del infierno. Y el marqués de Sade no fue loco, como suele decirse; ni siquiera, cosa notable, fue un sádico. Lo que fue es un rico malcriado —por un abate, su tío—, resentido social, que a través de su resentimiento llegó a la perversidad cerebral y a una especie de ilimitado prurito de derribarlo y destruirlo todo, servido por un talento literario brioso, aunque mediocre y sin gusto.
De otra manera diferente son pesadilla los Cantos de Maldoror del poeta francés Isidoro Ducasse, nacido en Montevideo en 1846 y muerto en París a los 24 años, que se hacía llamar “conde de Lautréamont”. Son poemas en prosa de un gran poder imaginativo y un humor frío y sarcástico de pince-sans-rire, inspirados en un frío satanismo y una desesperación sin límites, algunos de ellos de gran fuerza literaria; como el IX, Canto al océano.
Estos tres ejemplos bastan para poner fuera del género a todas las obras que tienen algún sentido, alguna estructuración racional, alguna filosofía o teología aunque sea mala. Estas otras son obras subjetivas, en el sentido peor y más absoluto de la palabra. ¿Son literaturas de pesadilla los Himnos a Satanás, de Baudelaire, de Carducci, de Rollinat? No. ¿Las tragedias en que se mueren todos los personajes menos el apuntador, La Forza del Destino, de Verdi? No. ¿“Las “diatribas”, aunque sean tan malignas como las de Arquíloco, que hacían que los favorecidos por ellas (malos poetas y malos gobernantes) se ahorcaran de un poste de telégrafo apenas las leían? No. ¿La literatura “triste”, como María, de Jorge Isaacs, o Amalia, de Mármol? ¡Por favor!
Ni siquiera lo son los desaforados romanticismos de El Hombre que Ríe o Los Trabajadores del Mar, de Hugo. ¿La literatura judía? La literatura judía que ha surgido entre nosotros, y nos ha dado ya dos buenos poetas, un eximio cuentista y un excelente ensayista, crítico y periodista, Gerchunoff —nos guste o no nos guste—, es sana. El viejo Testamento es sano; pese a lo que dice en una descabellada página de su ENDS AND MEANS (página 283) Aldous Huxley, generalmente buen pensador, que lo define como “ the treasure-house of barbarous stupidity”, el arsenal y cofre de la estupidez bárbara. Ahora, que éste también ha incurrido incidentalmente en el género: en un cuento llamado Nuns at luncheon, y quizá también en The Ape and The Essence, también traducido entre nosotros.
¿Qué podemos hacer contra esta literatura enferma? Nada. Con los editores no podemos nada. Los que por oficio deben leerla (los que tienen vocación desdichada de “doctores sacros”, que decía Santo Tomás) si pueden emplearla para su “contemplación”, dichosos ellos. Pero ésos no son todos los que caminan por la calle Florida de 17 a 20 horas.
Ocasionalmente puede servir para hacer alguna conferencia o artículo.
Leonardo Castellani
-(1) L’Evolution des Genres, II, pág. 46.
-(2) Rogamos humildemente a los editores nuestros extranjerizantes no manden traducir al momento esta obra.
Transcrito de Nueva critica literaria
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