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DIRECTORIAL
'Historia familiar'
Nuestra historia familiar es detestable. La historia de nuestra madre Argentina y nuestra abuela España es un folletín (del siglo XVII adelante) que ni Carolina Invernizio, ni Eugenio Sue, ni Wilkie Collins han escrito nada más lacrimoso y lamentable. Con la diferencia que estos copiosos y simpáticos macaniadores llevan a sus héroes a través de increíbles pejigueras a un final feliz; haciéndolos si acaso resucitar si a mano viene, como Collins a Lady Glide en LA MUJER DE BLANCO ("THE WOMAN IN WHITE"); mientras los historiadores hispanos nos llevan de mal en peor hasta el estado actual, en que no sabemos ni qué pensar ni para donde diablos rumbear. Estamos esperando aún nuestro final feliz — de la misericordia de Dios.
Tener ahora afición a leer historia argentina es una enfermedad maldita —de cuyo nombre no quiero acordarme— que consiste en tener ganas de atormentarse por gusto. Mi disculpa es decir que tengo que hacer "notas bibliográficas" y así leí de un tirón "Rosas y Thiers", "La guerra del Paraguay", "El mito de Monroe" del mejicano Pereyra; y otros libros sobre Rosas,
como "La Caída..." de J. M. Rosa; "El verdadero Moreno" de Federico Ibarguren. "Baring Brothers" de Peña-Duhalde, "Contra la Invasión Extranjera" de García Lupo, "La intervención
francesa" de Gabriel Puentes, "Reformas en España y América" del cordobés Jorge Bas... Si no digo que me dejaron más chato que cinco de queso, es porque 5 de queso ya no existe.
Si hubiera vivido en tiempo de Rosas, posiblemente me hubiera puesto en contra dél, como los demás literatos; aunque no tanto como para escribir una "Amalia" o un "Dogma Socialista"; y me hubiera equivocado feo. Ahora ya no me puedo equivocar, porque Rosas está mucho más claro que lo estuvo en vida.
Hay un libro curioso sobre Rosas llamado "La intervención francesa" de Gabriel A. Puentes. Comienza de la manera más abrupta, y termina lo mismo, con un hecho, sin preámbulos ni
conclusiones; de modo se puede decir comienza pero no emprincipia; y acaba pero no termina. Entre la pág. 1 y la 370 hay un pedregal de hechos acollarados sin ningún relieve ni color
que los distinga, sin juicios ni comentarios y con una erudición implacable. Se me ocurre se parece a la cabeza de uno que leyera cada día los telegramas de tres diarios. Uno sale con
dolor de cabeza, pero aleccionado, diciendo: "Así tuvieron que ver a Rosas sus coetáneos".
A él sí que tenía que dolerle la cabeza; pero no le dolía. Estaba en 1838-1842 más acosado que un perro por jabalíes; o al revés quise decirte, para que entiendas mejor. En el interior, amenazado por traidores o ambiciosos o zopencos que no cesaban de conspirar o guerrear al cuete: como Lavalle, Berón de Astrada, José Cubas, Cullen, Paz... y Urquiza, que comenzaba su marcha oblicua; y en el exterior, las dos potencias europeas más poderosas desencadenadas contra la bárbara Buenos Aires, donde en las carnicerías en vez de cabezas de
chanchos vendían cabezas de unitarios, como predicó en su Cámara el francés Thiers. Los franceses mostraron al máximo entonces la parte fea de su carácter (que es menor que la hermosa por cierto) o sea el gallismo o chanteclerismo, que los hacía producir-protestas estúpidas, amenazas gratuitas, ridículos desplantes y erradísimas erogaciones, como la de subvencionar a Rivera, o Florencio Varela o Rivera Indarte - o Garibaldi; mientras el inglés, más egoísta pero más cazurro, cesó de hacerles de cuartago en cuanto vio que el "bloqueo" no le convenía al Reino Unido — o sea al comercio inglés, que es lo mismo.
Triunfó Rosas increíblemente... Se le serenó luego el interior. Comenzó la tarea de tejer el país a pedazos que la Providencia le confió. Entró Urquiza con sus brasileros y lo arrojó
cuando estaba acabando; o vino Inglaterra, si vamos a ver el fondo. Fracasó. ¿O quizás no?
Dice Carlos Pereyra que Rosas "no fue un gran estadista"; aunque agregando sin respirar que menos lo fueron Rivadavia y Mitre. Dice empero que fue un gran organizador y un gran
político. ¿Y entonces? Entonces no fue un gran estadista por el solo hecho de que fracasó; aunque el éxito no siempre es medida de la grandeza. Entonces debemos decir que no hubo nunca un gran estadista en el Río de la Plata. Y ese fue nuestro castigo.
¿Castigo de qué? Para un varón religioso la respuesta es simple e indubitable: por la herejía. El filosofismo, iluminismo, ilustración, liberalismo, progresismo —y ahora "democratismo"— entró en España y la afrancesó y desespañizó, donde no entraron ni Lutero ni Cal vino, de quienes salieron estotros, peores si cabe. Ese fue el tósigo que paralizó y después fue hundiendo poco a poco al Imperio Español y a nosotros con él; peor aquí entre nosotros, donde la extraña, venenosa y empalagosa herejía hizo el efecto de un barril de aguardiente en una jaula de monos — que dijo Ramón Dolí.
Por eso mi gran remedio al ser apedreados cada día mis oídos y mis ojos con tontunas, torpezas, torceduras, indecencias, mistificaciones, botaratadas, errores, herejías, gansadas, tanguerías, "críticos musicales", doncellas marisabidillas, diarios extranjerizantes, mamarrachadas, idioma aljamiado ("el lago rutilante de luna" acabo de oír a un Loquitor) y aun perversiones y blasfemias, el único remedio que me resta (y si no, me moriría) es decir: "Estos son unitarios". No repito el "Trágala" ni la "Refalosa"; que es lo que quizás hizo fracasar a Rosas. Era religioso a su modo (religión rajásica, o de guerrero)
pero para la difícil tarea que tenía encima le fuera preciso ser más religioso y más contemplativo; y por ende, magnánimo más. Pero especular sobre "lo que hubiera podido ser", es cosa ociosa.
La herejía nos ha bastardeado y atrasado. Y aquí surge una pregunta brava. ¿Cómo la herejía no le hizo daño a Inglaterra, más, y más antigua herética que España? Aparentemente lo contrario la levantó sobre las naciones católicas. Desde i815, Inglaterra manda: en la cúspide de una paulatina ascensión que comienza justamente con la Herejía, el siglo XVI. Lo mismo se ha de decir de los EE. UU.: son herejes prósperos. Y la herejía no dejó de hacer leña dese hecho, atribuyendo al catolicismo el hundimiento de lo hispánico y a la protesta el levante de lo anglosajón. Dios es inglés; o bien no existe; o bien, no se puede entender lo que es Dios.
No puedo responder a esa pregunta ni zajar ese gordiano nudo — aquí por lo menos. Balmes comenzó a responder a eso en un libro de título kilométrico: "El Protestantismo... etc.",
que nadie lee hoy día, ni siquiera yo; aunque creo lo leí de muchacho; y sin duda lo leeré cuando tenga vacaciones. Y Belloc acabó la respuesta.
No es propiamente la herejía lo que prosperó a Inglaterra; y esa prosperidad, ahora ¿dónde está? ¿Cuánto duró? ¿Un siglo y medio? Eso para Dios es un soplo; y para la Historia, media
página. "Dios no paga el sábado", explica el inglés Butterfield en un precioso ensayo titulado: "La Providencia de Dios en la Historia".
El progreso material tiene causas materiales; y sólo indirectamente causas espirituales. Inglaterra beneficióse de una cantidad de causas históricas convergentes; y si supo beneficiarse fue porque estaba bien gobernada; y si estaba bien gobernada fue porque sus dos Universidades "medievales" formaban bien (por lo menos, de tejas abajo) a los jóvenes clase dirigente; en tanto que España estaba sin clase dirigente y con reyes alcornoques si no corrompidos. Inglaterra aprovechó de la Revolución Industrial, de las máquinas a vapor (que si Papín francés inventó, Fulton yanqui aplicó) aprovechó del capitalismo naciente, alimentado por el efectivo disponible que produjo el saqueo de los monasterios; aprovechó de su poderío naval piratescamente usado, que comenzó con la derrota de la Invencible y culminó con la victoria de Nelson en Trafalgar; aprovechó de su falta de escrúpulos morales; de que tenemos un recuerdo vivo en las Malvinas.
Otra pregunta sale al cruce. ¿Eramos tan católicos como todo eso en Buenos Aires, México, Lima y Madrid? Ya está dicho que estábamos inficionados de una herejía peor que la Protestante. Una moral imperfecta que se practica es mejor que una moral perfecta que NO se practica. Y la moral inglesa y yanqui será todo lo puritana y gazmoña que quieran, pero estaba vigente; y la moral católica aquí ni siquiera podía defenderse de las traiciones y mentiras de Florencio Varela, Del Carril y Urquiza; y el fusilamiento de Camila O'Gorman no bastaba Era peor quizá. Rosas paró la herejía liberal 20 años; Yrigoyen y Perón intentaron continuarlo a su manera. En vano.
No resucitaron como en el folletín de Collins (que es el folletín más notable que en el mundo ha sido) ni Rosas ni San Martín ni Artigas. Pero mucha gente humilde y oprimida practicó la moral verdadera y la religión verdadera; y su influjo no lograron anularlo los parásitos; y sobre esa base sana pisaron los parásitos que ahora tienen estatuas; y la nación no naufragó; y creció a pesar dellos, aunque no tanto como era de desear y esperar. Seguimos bajo los parásitos internacionales y nacionales.
Los descendientes de los antiguos parásitos y los remanentes ruinosos y ruidosos de la antigua herejía nos tienen ahora empiojados; pero ya los conocemos. Nosotros no queremos la
muerte del hereje sino que se convierta y viva; pero si no se convierte, mejor es que se muera.
La Argentina seguirá progresando en lo material, lentamente, con enorme trabajo de su pueblo sano. La parte sana, que existe (aunque no se pueda cortar con cuchillo ni tarjar con cifras y censos) terminará por dar el tono a la nación; y er tonces seremos nación.
Si tal no sucediere (que también es posible) entonces la suerte deste territorio será la muerte más triste que imaginarse pueda.
Leonardo Castellani (Jauja, abril 1969)
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