Leonardo Castellani: ¿Fue luterana SantaTeresa? (Jauja, marzo 1967)

 LA NUEVA DIDAJE
¿FUE LUTERANA SANTA TERESA?
Leornardo Castellani 

Si esta pregunta la hiciera Revilla, José Bergua o Eduardo González Blanco, ni una sonrisa al paso le concederíamos. Pero la hace un docto profesor de Córdoba, Carlos Alberto Moreyra, en un afinado estudio, de cuya consideración nos parece puede salir provecho; en dos opúsculos de 100 págs. en todo, "Los criptogramas de Santa Teresa" y "Esoterismo religíoso del siglo de oro español (edición del autor, Córdoba 1964. y 1965).

No dice fuera luterana sino "semiluterana"; pero no hay tutía. Si la recia castellana adhirió a "la justificación por sola la fe", tan luterana fue como Lutero. En eso no hay "semi" que valga: es o SI o NO.

La tesis del Profesor de Literatura Española, que se revela muy agudo crítico y muy versado en historia religiosa del Quinientos, es que habría existido en España hasta un siglo después de Cervantes un movimiento protestante que él llama "la criptorreforma", mantenido por los hombres más excelsos, desde Felipe II a San Juan de la Cruz, al cual habría adherido Santa Teresa; los cuales debían mantener reserva por temor de la Inquisición; la cual sin embargo también fomentaba ese movimiento según Moreyra: lo mismo que Carlos V, Felipe II, Fray Luis de Granada, los Papas Paulo y Sixto, Cervantes y quién no. Usaban en consecuencia entre ellos un lenguaje cifrado, un "Código"; algunas de cuyas palabras bivalentes encuentra él en Góngora, Teresa de Jesús y ampliamente en Cervantes. Santa Teresa, habría adherido primero a la "Doble justificación"" (el compromiso con los protestantes del Cardenal Contarini en la paz; de Chateau Cambressís) y después netamente a la "justificación por la 
sola fe""; — deducido todo ello del análisis de una carta de la Santa al Cardenal Quiroga, Arzobispo de Toledo y Gran Inquisidor.

Hay que saber que existían en ese tiempo tres posiciones: "la justificación por la sola fe" — a la cual, según Moreyra, accedían los dominicos "bañezianos"; la justificación por los propios méritos; o sea por las buenas obras; a que accedían los jesuítas "molinistas", a los cuales Moreyra tacha de "pelagianos"; y el compromiso del Cardenal Contarini, de que ella se daba (como en el caso del juez complaciente de Manzoni) por las dos cosas. Pro las dos posiciones extremas (o fe o bien obras) luchaban apasionadamente (con pasión política a veces) protestantes y católicos. El compromiso de Contarini 1559 (defendido por Seripando en el Concilio de Trento) como todas las componendas, no fue fecundo: la raíz de la justificación (o sea el perdón de los pecados y el estado de gracia) no pueden venir de dos cosas yuxtapuestas; tiene que ser una.

Lo que no considera el autor es que existía también (¡y cómo!) la explicación justa, que fue de la Iglesia antigua y de la Iglesia actual, y de la Iglesia siempre, obnubilada un momento por la polvareda del siglo XVI: la justificación es producida por la fe y las obras copuladas no yuxtapuestas; "por las obras informadas por la fe", como reza la fórmula teológica; y eso definió netamente el Tridentino en su sesión VI, condenando primero las dos opiniones dicotómicas:
"Si alguien dijere los hombres, por sus obras, que se hacen por las fuerzas naturales o por la doctrina de la Ley, sin la gracia divina por Jesucristo, poder ser justificados ante Dios, sea anatema. (Canon 1). "Si alguien dijere, por la sola fe es justificado el impío, entendiendo que nada otro se requiera.. . sea anatema (Canon 9).

Y finalmente:
"Si alguien dijere que en los hombres justificados, las obras buenas talmente son don de Dios, que no sean también méritos del justificado... sea anatema". (Canon 32).

En suma, la fe es la vida del alma; sin ella, las obras no pueden merecer la gloria eterna; pero por ella, engendran en el justo verdadero mérito: y sin obras buenas, la fe es muerta. Por supuesto que la fe es lo primero: "el justo vive por la fe" — repite San Pablo.

Este estudio del profesor Moreyra me dio luz en el espinoso asunto de la condena del Arzobispo Carranza. Leyendo su vida y su famoso "Cathecismo" (el bibliotecario y amigo Reinaldo José Suárez me lo consiguió fotografiado de uno de los tres únicos ejemplares que existen en el mundo) me asaltó la idea de que el castigado aragonés (preso durante casi 20 años, liberado pocos días antes de morir, retractado y relapso como Juana de Arco) era un procer religioso — quizás un mártir, como lo llama Moreyra. Conjeturo que él vio en Inglaterra la clave de la contienda, intentó llevarla a España, y fracasó ¡de qué modo! Vio la verdad que se habían llevado cautiva los protestantes, y quiso rejuntarla a la verdad que retenían los católicos; para eso escribió el "'Cathecismo" y maniobró en España, hasta ser tenido por luterano y perseguido ("con saña" dice Menéndez Pelayo) por Felipe II. Las investigaciones de Moreyra arrojan luz sobre esta conjetura. Sobre ella escribiré un libro — cuando esté en la Chacarita (El arte es larga mas la vida es breve). 

Los fanáticos de la Contrarreforma tenían por herejes a cuantos no repetieran a lo loro sus fórmulas incompletas — como a Galileo, Fray Luis de León, Carranza, Fray Luis de Granada, Santa Teresa. Era peligroso pues decir la fórmula tradicional, y eso pudo inspirar el lenguaje críptico de los hombres realmente entendidos de España; aunque no creo del todo en los "criptogramas" que halla Moreyra, algunos rebuscados por demás. Lo que él llama "criptorreforma" no sería pues otra cosa que la sustentación de la doctrina tradicional, vuelta contenciosa con la corrupción de los tiempos; y eso solo explica simplemente todos los hechos en pro del criptoluteranismo que aduce Moreyra; como las peripecias y el final del ardiente duelo Báñez-Molina, de Dominicos y Jesuítas. Ambos se llamaban "tomistas" y ninguno lo era del todo: querían racionalizar un misterio (el de la gracia y el libre albedrío) que Santo Tomás llamó "misterio" y se detuvo allí; como hay que hacer.

La opinión de Lutero es lo bastante parecida a la tradicional para inducir en confusión a los indoctos; a saber, la fe sola justifica y las buenas obras no; las cuales brotan después necesariamente del acto de fe; que en Lutero se parece demasiado a un acto de sentimiento; a un movimiento de "confianza ciega" hacia Cristo. Por otra parte, la opinión de los "molinistas" se parecía demasiado a Pelagio; y en el vulgo católico permanecia demasiado la adhesión a las obras buenas; aunque fuesen externas puramente o vacías; como el hospital de Don Juan de Robres.

Contra esta "exterioridad" se levantó Lutero, malamente por desgracia.
Santa Teresa no quería que obrásemos por puro miedo del infierno o codicia del cielo:

"Que aunque no hubiera cielo yo Te amara 
y aunque no hubiera infierno Te temiera" 
 

pero eso es un subidísimo estado de amor de Dios, y no una desrrecomendación del temor filial y del amor incipiente; ni menos de la necesidad de las obras y de la Ley; que ella recomienda cien veces a porrillo. 

Los cuitados "reformadores" querían construir una escala para el cielo en que faltaran los primeros peldaños; muy linda escala ciega para no poder subir o romperse el alma.

Leonardo Castellani (Jauja, marzo 1967)

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