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FRATRICIDIO
Había en Radio Excelsior los domingos, a eso de las 9, una audición que yo no me la perdía porque me divertia bastante, aunque también me daba rabia. Se llamaba La Voz de la Profecía. Yo a los yanquis los quiero a todos en general y tengo algunos amigos en particular; ninguno tengo enemigo; pero reconozco con la mayoría de mis compatriotas que los yanquis son mucho más lindos en su casa que cuando se meten en casa ajena.
Pregunta: ¿Por qué Dios hizo al diablo?
Respuesta: Dios no tuvo más parte en la producción del diablo, que en la producción de los cigarrillos y el aguardiente. Así dijo una vez La Voz de la Profecía. La respuesta es casi exacta, aunque me parece que da demasiada importancia a los cigarrillos. Una respuesta más exacta sería (sin ofensa de nadie) que Dios crió al diablo para correrlos a los zonzos, por lo cual es bueno que ande con cuidado la voz de la profecía.
Fuera bromas, la verdad es que los yanquis cuando vienen a predicar el protestantismo a la Argentina resultan bastante cándidos. La gente dice que los curas católicos andan mal en predicación, porque no saben predicar más que contra la lujuria, como si eso fuese el único mal que existe. Y tienen razón, porque existen además el parricidio, la coima, el sacrilegio, el perjurio, la bobería y la coordinación de los transportes. Pero al menos los curas no les roban a las consortes y a las sobrinas argentinas su tema de predicación, y dejan en paz a los cigarrillos, para enfrentarse con un adversario más o menos decente. Quiero decir, indecente. Pero estos curas yanquis son muy cándidos.
Yo no los conozco de cerca, porque nunca los he visto, salvo una vez que estaba en el puerto de Nápoles hablando con un lazzarone y viendo bajar de un gran paquebote una ringla de turistas con traje de golf y kodak en bandolera.
Fué entonces cuando un mísero lazzarone (lazzarone en italiano significa linyera atorrante y vago) me dijo una frase que se me quedó grabada y fué ésta: Senta Reverendo (me dijo mostrándome un casalcito de La Voz de la Profecía) gli americani sono gente buona, d'accordo; ma non sono gente seria. Estos días en que la perla del Mediterráneo quedó reducida a escombros y todos los napolitanos quedaron lazzarones, yo me acordaba con lágrimas de aquella frase profunda, que oí entonces con una risada. Y después cuando los australianos y los yanquis volaron sobre Roma y dejaron caer una bomba sobre San Lorenzo Extramuros me convencí que realmente no eran gente seria. Un australiano bombardeando Roma, aunque sea en defensa de la civilización, me parece la imagen de una especie de sutil y misterioso parricidio.
El Papa lo dijo el otro día, yo no peco repitiéndolo. El Papa por modestia dijo fratricidio. Yo creo que llega al parricidio y al matricidio.
Yo no soy fachista ni antifachista. Qué más quisiera yo poder ser algo de eso. Pero no me dejan. Soy un argentino honesto que puede también decir su pensar, con tal que sea honesto, con tanto o más derecho que La Voz de la Profecía. Pues bien, mi pensar es que defender la civilización bombardeando a Roma es desde luego una equivocación y después un parricidio. Porque existen dos civilizaciones: la civilización superficial que es la civilización de la técnica, la cual depende de la otra civilización profunda (la del lazzarone) que no tiene nombre, aunque Constancio Vigil la llama cultura espiritual, que podríamos llamar nosotros cultura seria.
El mismo diario “El Mundo”, que es afecto a La Voz de la Profecía, como que son paisanos, decia el martes pasado (4 de julio de 1944): “Siena, la maravillosa ciudad de Toscana, es acaso por su carácter mediterráneo, el más rico venero de la cultura milenaria de Italia. Para la mentalidad americana, a la que habla preponderantemente el número de habitantes o el capital en giro de sus industrias o la enumeración de sus recursos económicos, Siena posiblemente tiene poco que decir. Pero si se considera a Siena como una expresión de lo que pudieron los grandes espíritus de Italia, cristalizados en piedra o plasmados en la policromía de sus telas, testimonios irrecusables del genio latino, etc.” Hasta aquí “El Mundo”.
En efecto, una nación que puede producir 700 aeroplanos al día ni siquiera existiría a no ser por otra nación que puede producir la música de Verdi, la Madonna del Gran Duca y la Suma Teológica, sin contar a Volta y a Marconi, de todo lo cual la técnica no es más que la añadidura.
Los yanquis pueden pagarle mil dólares mensuales a Ferdinando Stochowski y así tener la orquesta mejor del mundo; pero todo Verdi y todo Rossini no les cuesta nada a los yanquis, son un regalo de Italia; y sin ellos nada podían Stochowski ni la All-American-Orchestra.
Por esa, hablando objetiva y ontológicamente, un Spitfire sobre la basílica de San Lorenzo configura la imagen de una injusticia y una especie de sutil parricidio. Hablo de la cosa en sí, no afirmo ni niego que Roma tenga o no tenga la culpa; al contrario, es muy posible que cada vez que se produce en el mundo una rebelión de los valores ínfimos contra los valores sumos, es porque antes los valores sumos se han cortado del Ultra-Valor, Plus-Valor o Sin-Valor, que es la Causa de todos los Valores. Pero no por eso los valores ínfimos dejan de ser ínfimos. No porque una madre peque, el hijo que la mata deja de ser feo. No por ser Clitemnestra mala, Orestes dejó de ser perseguido por las Furias. No porque defienda la civilización, el australiano sobre Roma dejará de ser... australiano. Aunque él no tenga la culpa.
Hay una gran injusticia metafísica en lo que decía días pasados el periodista Harold Mecklie en el “New York Times”: que después de la guerra hay que destruir todo el poderío económico, financiero y técnico de Italia, para que siga produciendo música, religión y filosofía para el mundo, pero que no pueda defenderse. Estando en Roma conocí un pintor romano eminente que tenía nueve hijos, y cuya mujer había quedado descalcificada para hacer los huesitos de las criaturas, mientras el marido carecía de medios de darle fosfatos de calcio. Pues bien, un yanqui le encargó un gran cuadro para el Congreso Eucarístico de Chicago, y después no se lo pagó. Palabra de honor que es cierto, yo lo he visto llorar al tipo. Pues bien, una cosa parecida, pero en grande, es lo que propone el miope periodista yanqui para después de la guerra, tenga la culpa de ella quien la tenga. Es un error. Juro ante Dios que es un error.
Yo no diré jamás que todos los yanquis sean erróneos; al contrario, he conocido yanquis magníficos, que ojalá tuviésemos muchos argentinos parecidos; pero son los yanquis que se quedan allá, no son los que vienen aquí a enseñarnos La Voz de la Profecía. Edgard Poe no ha venido a la Argentina. El Padre Feeney o el Rector de la Gregoriana Robinson o el novelista Jack London o el sociólogo Coughlin no han andado por Buenos Aires waldofranqueando.
Esos son yanquis diferentes, aunque los que vienen aquí sean siempre yanquis lo mismo. Como decía el correntino enfermo: “¡Virgen de Itatí! Si has curado a mi burro y has curado mis chanchos, ¿por qué no me curás a mí que también soy correntino?
(Leonardo Castellani, Cabildo, 6 de julio de 1944).
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