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EL DERECHO DE GENTES
Salir a la calle con un cartelón que diga Soberanía o Muerte no es lo mismo que soportar un bombardeo aéreo.
Las dos cosas son obras de virtud, pero la segunda es mucho más difícil, a no ser que uno sea referí de fútbol y esté acostumbrado. Y la primera puede en casos no ser obra de virtud, sino de mero instinto o de entusiasmo irreflexivo, porque cada virtud para ser verdadera debe estar bajo regulación de la virtud cardinal de la Prudencia. Y la prudencia dicta que después de afirmar nuestro espontáneo y vehemente deseo de soberanía nos pongamos a pensar en los medios reales de conservarla y saliendo a la zaga del tiempo perdido, recuperarlo enérgicamente agarrándolo por la cola.
Una manifestación de 10.000 hombres no es un ejército de 10.000 hombres. Dice el Evangelio que un rey prudente, cuando se habla de guerra, cuenta primero sus soldados, y si no tiene lo menos 10.000 para afrontar al otro rey que tiene 30.000, manda mensajeros de paz al otro, y se pone a buscar alianza. Y alianza militar es lo que nos piden ahora; pero no buscada por nosotros, sino impuesta y forzada. La pretensión es que toda la América del Sur haga alianza velis nolis con América del Norte contra las fuerzas del Mal, que agredieron a una nación del Norte allá en Asia Oriental donde ella estaba; que sin duda no la agredieran si no estuviera. Y después de la guerra esa alianza temporaria (aunque muy gravosa) se debería convertir en una especie de alianza perpetua contra los perpetuos agresores —conforme a la definición de agresor que darían los que deben darla, porque para eso son los hermanos mayores—, y son los perpetuos agredidos.
En la guerra del 14 los agredió Europa, ahora los agredió el Asia, ¿apostamos a que al fin de esta guerra sale agrediéndolos la misma República Argentina? Esa es la única razón que se da para exigir a la Argentina el abandono de su neutralidad, a no ser que se quiera añadirle las otras dos de que somos geopolíticamente una sola y misma cosa porque nos llamamos América, y la otra razón mística de la religión de la democracia. Se necesita tupé para juntar conferencias con estas tres razones, y más tupé para pedir a Méjico, Cuba y Nicaragua que se unan a los Estados Unidos en una Liga contra los Agresores. El viejo Yrigoyen no hubiese ido a esas conferencias; o si iba muy pocos pactos hubiese firmado, como buen vasquito desconfiado.
Si hubiese habido entre nosotros una política avisada y constante, lo natural es que al declararnos neutrales al principio de esta guerra se pensara en los medios reales de poder mantener esa posición en un mundo que manifiestamente no respeta más ni el derecho de gentes ni a la nación pequeña. Lo natural era pensar en un entendimiento entre los países neutrales, para ayudarse mutuamente a mantener esa posición legítima (y en nuestro caso sensatisima, tradicional y necesaria), frente a las tentaciones inevitables de prepotencia de algún beligerante impaciente o desesperado. Uno a uno, los neutrales son muy endebles, y pasibles de la zozobra de amenazas o presiones angustiosas; juntos, en cambio, pesarían bastante. Pero al no haber hecho esa alianza natural, se debe soportar ahora la amenaza de la alianza antinatural y forzosa, con todas sus incertidumbres y peligros.
Es natural a una nación que está en guerra que crea o al menos quiera creer que su causa es justa; y es natural al angélico puritanismo, tan propio de la religión protestante, considerar demonios a todo aquel que contrarie o combata a los que por definición autonominal son puros. Este es el tiempo perdido de que hablé ya; no se previó ni se proveyó nada, a no ser el pararrayos de papel de los pactos antibélicos y la música celestial de un pacifismo evangelista, que no es de este mundo, o por lo menos ciertamente no es de esta época. Los diplomáticos argentinos andaban convertidos en misioneros y los cancilleres en fundadores de religiones.
Eso ya no lo cree ni el canillita que vende “La Prensa”.
Puede ser que lo crea todavía “La Prensa”, aunque lo dudamos mucho. Dos ideas nuevas se han abierto paso entre el follaje ilusorio o amañado del pacifismo liberal, y habiéndose formulado como metas de la época que viene, ya no las para nadie, ni se ve la posibilidad de esquivar la opción entre ellas. De una parte, el Super-Estado judaicomasónico que completaría política y militarmente la superestructura económica ya existente del capitalismo internacional. De otra parte, las alianzas libres pero totales entre grupos de naciones espiritualmente afines, a la manera de la Cristiandad Medieval o del siempre soñado Imperio Católico, realizado parcialmente por España en América, como antes por Carlomagno, o Carlos Quinto. La ficción liberal de los pueblos chicos, desarmados, incompletos, pero al mismo tiempo independientes e iguales a los demás, es triste decirlo, pero no se puede mantener más entre gente seria. A no ser que el pueblo chico, como en la fábula de la Tijereta y en la historia de Polonia o Irlanda, supla con un extraordinario valor espiritual.
Aristóteles nota en su Etica que una nación, como todo organismo viviente, exige un minimun de grandor incluso territorial, demográfico y financiero, sin el cual no es viable su existencia. Por lo demás, toda nación para existir decentemente debe tener una misión en el mundo, una idea trascendental que realizar, llamada el ideal nacional, porque así como el hombre no es fin de sí propio, tampoco las naciones; de modo que las naciones incompletas, fragmentarias o minúsculas viven en realidad como parásitas de una vecina buena hasta el momento de convertirse en esclavas de un vecino malo. Panamá, Cuba, Santo Domingo... ¡quién os diera hoy ser colonias españolas! Pero no es posible revertir la historia.
La Argentina es actualmente, por imposición del Destino histórico, depositaria en la América del Sur de la idea misionera de España. Es un destino serio, en estos momentos un destino bravo, que no es para reír ni para jactarse sino para recibirlo de rodillas con las dos manos sobre la cruz de la espada. El ideal nacional hispánico es el establecimiento del derecho de gentes en el mundo, cuya formulación teórica insuperada hizo, cuando la hispanidad nacía, el gran doctor dominico Francisco de Vitoria.
Frente al ideal del Progreso material indefinido, del comercio y del confort, que inspira los modernos imperialismos, tenemos de herencia el sagrado ideal de la realización en el mundo del derecho de gentes; o sea ese respeto a la persona humana que no sea un antifaz sino una cosa tan sacra que no necesitamos ni podemos tomarlo 50 veces al día en la boca, sino custodiarlo silenciosamente en el corazón.
(Leonardo Castellani, 11 de agosto de 1944).
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